Programa del curso 2025-26

PROGRAMA DEL CURSO 2025-26

Carrusel programa 2025-26

domingo, 12 de octubre de 2025

Léxico familiar

 

Léxico familiar (Natalia Ginzburg)

Comentario complemento de la sesión del Club de lectura del
3 de octubre de 2025.


Por Miguel Ángel Muñoz


Presentación del libro Léxico familiar de la autora Natalia Ginzburg en el club de lectura Entrelíneas del Ateneo de Málaga el 03.10.2025

Buenas tardes a tod@s y gracias por vuestra asistencia, hoy nos convoca Natalia Ginzburg, que tantas horas de placer lector y de buena literatura me ha producido. Presentamos su obra Léxico familiar publicada por la editorial italiana Einaudi en 1963. La primera vez que descubrí a esta autora fue en 1994 con su obra Las palabras de la noche que me cautivó, desde entonces no he dejado de leerla. Su estilo aparentemente sencillo, sin pretenciosidad ni retórica hueca, muestra con sencillez e intuición maravillosa una escritura que encierra la complejidad propia de las relaciones personales, cómo los avatares diarios nos conforman y generan emociones y sentimientos perdurables que marcan nuestra vida. 

Natalia Levi Nace en el 14.07.1916 en Palermo, al norte de la isla italiana de Sicília. Era la menor de cinco hermanos. Su abuelo paterno, Carlo Tanzi, era abogado pero sólo ejerció la profesión al final de su vida ya que la dedicó casi por entero a la política. Fue amigo de algunos de los padres fundadores del Partido Socialista Italiano. Estas relaciones y compromisos se trasladarían al ambiente familiar e influyó claramente en Natalia, hecho que describe primorosamente en este Léxico familiar. Su madre, Lidia Tanzi estudiaría medicina pero dejó la carrera para casarse con el padre de Natalia, Giuseppe Levi, un prestigioso médico anatomista y biólogo, que tan bien se describe en esta obra. Rita Levi Montalcini, neuróloga y premio Nobel de la Paz contará  en sus memorias, del que fuera su profesor en la facultad de medicina y padre de Natalia, el antifascismo radical que peligrosamente no ocultaba. Su tía materna, Drusilla Tanzi, vivió muchos años con el poeta Eugenio Montale, premio Nobel de poesía en 1975. Por ella escribiría su poema Xenia en 1964. (1)

Durante los primeros cinco años Natalia, al igual que sus hermanos, no fue a la escuela y recibió clases de su madre por el temor de su padre a que contrajera alguna enfermedad infecciosa.  A los ocho años, además de su afición por la lectura, escribió una obra de teatro, Diálogos, que sería según algunos críticos como un primer borrador de su futuro libro Léxico familiar. Ya adolescente le envió algunos de sus cuentos a Benedetto Croce pero fue Leone Ginzburg quien consideró que su primer cuento serio, Una ausencia, era realmente bueno. Natalia tardó en aceptarlo como pretendiente hasta que finalmente accedió y contrajeron matrimonio en 1938. Ella diría de él que “había conseguido alisar mi frente, fruncida y sombría durante años”. 

Leone Ginzburg era natural de Odessa, nació en 1909, su familia era de origen judío y solían pasar los veranos en Viareggio, situado en la costa norte italiana. Con el comienzo de la primera guerra mundial decidieron dejar al pequeño con la gobernanta, que lo cuidaría como una segunda madre, en esta ciudad. Finalizada la guerra toda la familia se traslada a Turín y fue allí donde conoció a los hermanos de Natalia además de a Cesare Pavese, Giulio Einaudi, Norberto Bobbio y otros intelectuales del momento. Tuvo una cátedra de literatura rusa en la universidad  que perdería por negarse a prestar juramento de fidelidad al régimen fascista de Mussolini.

El padre de Natalia, Giuseppe Levi, fue apresado por la policía fascista durante veinte días y su amigo español Fernando De Castro, nombrado de pasada en Léxico familiar, solicitó a su profesor Ramón y Cajal que intermediara ante el gobierno italiano para su liberación, cosa que hizo hasta conseguirla.

Tanto a ella como a Leone se les retiraron los pasaportes y fueron desterrados a Pizzoli, en los Abruzos, cerca de Roma donde permanecieron tres años. Adriano Olilvetti les ayudó económicamente. Durante ese período y animada por el amigo de ambos, Cesare Pavese, escribió el cuento Mi marido incluido en el volumen A propósito de las mujeres, muy influido por Chejov al que dedicó un brevísimo y extraordinario ensayo en 1989. 

Durante este período llegaría su primera novela corta El camino que va a la ciudad de 1941, lo publicará la editorial Einaudi al año siguiente con el seudónimo de Alessandra Tornimparte. La primera edición española se produjo en 1997 por la editorial Bassarai de Vitoria. Se trata de una novela triste, de diálogos secos y directos lejos de la sensiblería: “tenía un terror sagrado a ser empalagosa y sentimental, defectos que me parecían odiosos por ser femeninos, mientras que yo quería escribir como un hombre” dirá en el “Pequeño apunte autobiográfico” con el que se cierra este volumen.

A los veinte días del regreso de la familia a Roma en 1943, sería apresado Leone en medio del ambiente represivo que sucedía contra los aliados en aquel momento, Natalia ya no lo volvería a ver salvo cuando fue a reconocer el cadáver, hecho que describió sin nombrarlo en el poema Memoria. (2)

La liberación llegó en agosto de 1944. Al poco tiempo será contratada por la editorial Einaudi para revisar manuscritos y hacer traducciones. Por entonces escribirá el relato Invierno en los Abruzos incluido en el volumen Las pequeñas virtudes, en él habla del tiempo allí confinada junto a Leone y los hijos: “ésa era la mejor época de mi vida, pero sólo lo sé ahora que se me escapó para siempre”.

Al igual que su amigo Pavese también ella buscaba en su escritura un lenguaje nuevo que debía ser claro, acorde con la realidad, “No mentir ni permitir que otros mientan: quizás eso sea lo único bueno que nos dejó la guerra” En 1947 escribirá una novela breve Y éso fue lo que pasó, que en España se publicó en 2002 en un volumen titulado Sagitario que incluía otros dos relatos breves. Un buen amigo le dirá “Si no te sintieras tan infeliz, habrías escrito un relato más hermoso” Ella diría que algunas de esas narraciones las había escrito para ser un poco menos infeliz, y añadía: “Me equivocaba. Nunca debemos encontrar en la escritura un consuelo”.

En septiembre de 1949 conocerá a quien sería su segundo marido, Gabriele Baldini. Era profesor universitario en Trieste aunque su pasión fuese la música y el cine, así que también trabajaba como crítico y escritor. Pero continuó con el apellido de su primer marido.


Después del suicidio de Cesáreo Pavese, uno de sus mejores amigos y que la dejaría sumida en una profunda tristeza, retomó con fuerza la confección de la que será una de sus novelas más reconocidas, Todos nuestros ayeres, publicada en 1952 y por la que recibió el Premio Veillon. Su autora dirá de ella: “mis personajes habían perdido la capacidad de hablar entre sí. O mejor dicho, hablaban entre ellos, pero ya no de forma directa. De pronto, los diálogos en discurso directo me resultaban odiosos”. En España se publicará en 1996 traducida por Carmen Martín Gaite. Se trata de un libro hermoso en el que Ginzburg consigue un difícil equilibrio entre la sencillez expresiva y la reflexión profunda, sin aleccionar, todo dicho con delicadeza y humanidad, y con la guerra empañándolo todo. 

En las años siguientes Natalia publicará algunos relatos breves como Sagitario, La madre, Valentino…., artículos para la prensa y ensayos recopilados en volúmenes como Las pequeñas virtudes, Vida imaginaria y Ensayos dedicados a multitud de aspectos como el dedicado a su amigo Cesare Pavese Retrato de un amigo, Las relaciones humanas, Mi marido, Las pequeñas virtudes, la poesía, ó Bergmandedicado al cineasta sueco, del que escribió: “En un mundo como el nuestro, en que el deseo de narrar parece muerto y petrificado, Bergman era uno de los pocos que, con una generosidad ilimitada, prodigaba historias de personas y decía lo único que es indispensable decir, esto es, el modo en que las personas afrontan y soportan el dolor y la felicidad, la miseria, el miedo y la muerte”.

La primera obra que leí de esta mujer fue Las palabras de la noche, editada en España por Pretextos en 1994 y traducida por Andrés Trapiello. Aquella lectura supuso para mí un flechazo definitivo con esta escritora. Italo Calvino le dijo que era su novela más hermosa. En ella se habla del ascenso y lenta caída de una familia adinerada de la burguesía. Una escritura de la melancolía, triste, conmovedora en el acercamiento a los personajes, sin introspección ni análisis psicológico de los personajes, con un estilo sobrio y diálogos eficaces. En una crítica que Justo Navarro le hizo a la novela en 1994 escribió: “Todo lo estropea el tiempo. Y puesto que el tiempo todo lo estropea, hay quienes piensan que nada vale nada. Y hay quienes piensan que cada persona, cada cosa y cada detalle valen un mundo, porque son únicos, quebradizos y están a punto de estropearse sin remedio” la mirada de Ginzburg tiene el don de ver lo diferente y la capacidad para mostrarlo. José María Guelbenzu, en un análisis de la obra hace mención a una escena que resume el sentido del libro: “La felicidad’, le dijo él ‘siempre parece mentira, es como agua, y se comprende sólo cuando se ha perdido’. ‘Es verdad’, le dijo ella. Se quedó pensativa y dijo: ‘Incluso el mal que hacemos es así, parece mentira, parece una tontería, agua fresca mientras lo hacemos; si no, la gente no lo haría, tendría más cuidado’. ‘Eso es verdad’, le dijo él. Ella exclamó: ‘¿Por qué lo hemos estropeado todo, todo?”. Con esta obra Natalia ganó el Premio Chianciano de prosa. Fue a finales de 1962 cuando comenzó con la escritura de Léxico familiar, del que ahora hablaremos.
Natalia acepta un ofrecimiento de Pier Paolo Pasolini para interpretar a María Magdalena en su obra maestra El Evangelio según Mateo, en la que también actuó su marido Gabriele en el papel de uno de los apóstoles y su propia madre en el de María al pie de la Cruz. Ya en 1970 hace una recopilación de artículos, publicados en La Stampa y otros textos que tituló Nunca me preguntes dedicado a su marido Gabriele que acababa de fallecer. Aquí Natalia ahonda en su estilo instintivo donde la experiencia dicta la escritura.

 No volvería a escribir novela hasta pasado diez años, desengañada del estado social, de la política, de las relaciones personales: “Pienso que la acción de inventar, que antes debía ser exuberante y vital, hoy sólo nos muestra nuestras privaciones más dolorosas: la ausencia de relaciones con el prójimo, la ausencia de futuro, la ausencia de valores morales y, en definitiva, nos da la medida misma de nuestra impotencia y soledad”. En 1973 publicará Querido Miguel donde trata de todo ello, un epistolario cruzado de Miguel con su madre, su hermana y su ex novia, miembros todos de una familia de la burguesía italiana y que muestra el confuso compromiso político, el tema de la homosexualidad y cartas que expresan no las palabras de la infancia donde reconocerse como ocurre en Léxico familiar sino aquellas que hablan de ellos, de su verdad propia.

Natalia Ginzburg tuvo puntos de vista rupturistas respecto a las tesis del feminismo siendo ella una feminista declarada,  así como respecto al aborto. En 1983 salió elegida diputada independiente por el PCI, ello le permitió visitar prisiones, preocuparse por asuntos de la mujer y la familia y todo lo relacionado con las minorías además de posicionarse como una antibelicista sin fisuras. Y en medio de esta intensa actividad social y política traduciría la Madame Bovary de Flaubert y escribirá una biografía muy reconocida sobre la familia de Alessandro Manzoni.

Diez años después, en 1984 publicará La ciudad y la casa. Cuando la leí en ese momento me pareció una novela muy triste, también intensa y emotiva, algo monótona a veces, donde prima sólo el deseo de sobrevivir. Natalia en un intento de explicarla dirá de ella: “Hoy la realidad es oscura, fragmentaria, incoherente e indescifrable”. Ginzburg seguirá escribiendo artículos, ensayos y narraciones breves, la mayoría recopilados en volúmenes con diferente título. 

Natalia Ginzburg murió el 8 de octubre de 1991.

Nos centramos en el libro que nos ha traído hoy a esta bendita institución, Léxico familiar. La intención original de Natalia Ginzburg fue escribir unos ensayos donde expresar los modos de hablar de su familia, pero acabó en una novela construida según ella “en un estado de absoluta libertad……. Así llegué a la pura memoria… tras haberme dicho que las fuentes de la memoria eran aquellas de las que nunca debía beber”. En esta obra Ginzburg nos mostrará, además de a sus familiares, amigos e intelectuales de entonces, el momento histórico que vivía el mundo y en concreto su país, el auge de los fascismos, la guerra, la cárcel y la separación familiar de la que permanecerán como únicos vínculos las frases de la infancia y juventud que rememoran según ella “el vocabulario de nuestros días pasados”. Escrita en 1962, fue publicada por la editorial Einaudi al año siguiente. En España lo haría la editorial Trieste en 1989 y posteriormente Ediciones del Bronce, Círculo de Lectores y Lumen. Le fue concedido el prestigioso premio Strega y obtendría un gran éxito comercial, el mayor conseguido hasta entonces.

Al comienzo mismo de estas memorias de su familia judía Natalia hace sin introducción una semblanza del padre, y ello con aparente ligereza, sin emitir juicios, a través de descripciones rápidas y certeras que logran en pocas líneas sentir que ya lo conocemos lo suficiente como para situarlo de manera correcta en la narración, y en la que el lector se acomoda rápidamente para asistir como testigo privilegiado a la vida familiar, sus conversaciones, esos recuerdos y sobreentendidos que unas veces nos divierten y otras nos producen pesadumbre. La frase de la madre referida a ella: “No me das cordel” explica su estilo contenido y pudoroso ante el dolor, en especial ante el suyo propio, de hecho sorprende el no saber en muchas situaciones qué siente ella. Lo tenemos que suponer. La melancolía que nos impregna al cerrar el libro quizás se deba a lo que hemos perdido también nosotros con el paso del tiempo.

Muchos personajes reales son los que acompañan a su familia y que desfilan por estas páginas repletas de humor, de nostalgia, de lucha, de camaradería y amor, también de resignación y decepción en un mundo hermoso que nos empeñamos en hacerlo hostil. El dolor, la política, la guerra, todo pespunteado con preciosas elipsis llenas de gracia y nostalgia. Guinzburg consigue conmovernos a la vez que hacernos reír y sentir añoranza a la par que ilusión. El desfile de gente es enorme, tantos como caben en la vida de cada uno, y descritos como a vuela pluma, de manera casi anecdótica y aparentemente ingenua pero es ahí donde se desarrollan los rasgos más esenciales de cada uno de ellos, tratados por la autora con su estilo irónico o sarcástico pero vistos con seriedad y siempre desde la ternura. 

Para acabar me gustaría referir la breve disertación que se da entre las páginas 173 y 175 de la edición que manejo de Círculo de Lectores, después de la mención que hace a Fernando De Castro, que parece ajena a la narración, quizás la insertó en el libro una vez acabado. En cualquier caso no sólo no desentona sino que enriquece el relato, en ella se habla de la palabra y de su uso, del oficio de escribir, la realidad del momento, la posguerra, la miseria, el prójimo, el desencanto y la náusea en un mundo gris.

Natalia Ginzburg, como ya se ha dicho, tiene la habilidad para hacer fácil lo difícil, expresar lo complejo de manera sencilla y exacta, cosa que sólo está al alcance de las grandes escritoras. A muchos de sus libros no dudaría en llevármelos bajo el brazo a una isla desierta.

(1)
Xenia
"Habíamos estudiado un silbido
para el más allá, una señal de reconocimiento.
Lo ensayo con la esperanza
de que todos estemos muertos sin saberlo.
Bajé, dándote el brazo, por lo menos un millón de escaleras,
y ahora que no estás hay un vacío en cada escalón.
Así y todo fue breve nuestro largo viaje.
El mío dura todavía. Ya no necesito
hacer combinaciones, reservas,
someterme a las trampas, a las humillaciones de quien cree
que la realidad es eso que se ve.
Bajé millones de escaleras dándote el brazo
no porque creyese que cuatro ojos pueden ver más.
Contigo las bajé porque sabía que de las nuestras
las únicas pupilas reales, pese a que estaban tan obnubiladas,
eran las tuyas."

(2) 
Memoria
“Los hombres van y vienen por las calles de la ciudad.
Compran comida y diarios, caminan rumbo a sus asuntos.
Tienen buen semblante, también labios vivaces.
Levantaste la sábana para mirar su rostro,
te inclinaste a besarlo con un gesto habitual.
Pero era la última vez. Era el rostro habitual,
solo que un poco más cansado. Y el traje era el de siempre.
Y los zapatos eran los de siempre. Y las manos eran aquellas
que partían el pan y vertían el vino.
Todavía hoy, con el paso del tiempo, levantas la sábana
para mirar su rostro por última vez.
Si caminas por la calle, nadie va a tu lado,
si tienes miedo, nadie te toma la mano.
Y no es tuya la calle, no es tuya la ciudad.
No es tuya la ciudad iluminada: la ciudad iluminada es de los otros,
de los hombres que van y vienen, comprando comida y diarios.
Puedes asomarte un rato a la ventana apacible,
y mirar en silencio el jardín a oscuras.
Antes cuando llorabas estaba su voz serena;
antes cuando reías estaba su risa tenue.
Pero la reja que se abría de noche quedará cerrada para siempre;
y está desierta tu juventud, apagado el fuego, 
vacía la casa”.