Sesión del Club de Lectura del 31 de
enero de 2020.
Notas de Andrés Hueso Iranzo
1) Irèné Nemirovsky
Nació en Kiev el 11-febrero-1903,
murió el 17 de agosto de 1942 en el campo de concentración de Bikernau.
Hablaba ruso, polaco, inglés,
francés, vascuence y finlandés; entendía el yiddish (idioma de los judíos
asquenazies del este europeo).
Tuvo una infancia solitaria y
desdichada. Debido probablemente a que su infancia y adolescencia estuvo
confiada al cuidado de niñeras, tutoras o internados, la violencia o las
relaciones antinaturales entre madre e hija, son referentes importantes en su
obra.
Su padre, Lèon Nemirovsky
(Kirovogrado, Ucrania 1868-1932 Niza, Francia), fue primero comerciante de
grano y después uno de los banqueros más ricos de Rusia.
Los retratos de judíos que nos ofrece
están expresados en los términos más crueles y despreciativos «¡Ah, cómo odio
vuestros melindres de europeos! Lo que llamáis éxito victoria, amor, odio, ¡yo
lo llamo dinero! ¡Se trata de otra palabra para designar las mismas cosas!» No obstante,
esa acerba crítica no le impide reconocer su pertenencia a la estirpe. «Ésos
son los míos; ésa es mi familia.»
Tras la revolución bolchevique, en
1918 fue puesto precio a la cabeza de su padre, lo que los obligó a una huida
que pasó por Finlandia y Suecia hasta que en 1919 embarcaron en un carguero que
los llevó a Ruán.
Afincados en París, Irèné Némirovsky
se matriculó en La Sorbona donde se licenció en Letras meritoriamente; por su
parte, Lèon Némirovsky pudo recomponer su fortuna.
En 1926 con 23 años —ya había
publicado varios relatos en revistas y alguna novela corta— se casa con Michel
Epstein, ingeniero, empleado en el Banque des Pays du Nord.
Tuvieron dos hijas, Denise nació en
1929 y Élisabeth en 1937
En 1929 publicó David Golder
(la terrible tempestad que habían sufrido en la travesía hacia Ruán,
probablemente inspiró la del final de esta novela).
A pesar de su notoriedad —sus
biógrafos dicen que ganaba el triple que su marido en el banco— y de su gran predilección
por Francia y de su sociedad, no consiguió la nacionalidad francesa. En 1939
tuvo lugar su conversión al cristianismo y correspondiente bautizo, seguramente
en un intento de conseguir la nacionalidad.
El 1 de septiembre 1939, víspera de
la II Guerra, los Epstein-Némirovsky llevan a sus hijas a Issy-l’Evêque con su
niñera.
Entre 1940 y julio de 1942, a
consecuencia de las sucesivas promulgaciones de leyes que reducen los derechos
de los judíos, el matrimonio Epstein-Némirovsky quedó en una situación muy difícil
de sobrellevar. Michel Epstein no pudo continuar trabajando en el banco. Irèné,
no obstante, consiguió continuar escribiendo hasta el final e incluso publicar
algunas novelas cortas bajo dos seudónimos, Pierre Nérey y Charles Blancat. Se
fueron de París y se reunieron con sus hijas en Issy l’Eveque, ya allí Irèné Némirovsky emprendió
la ambiciosa Suite Francesa, que no pudo concluir: el primer título o
capítulo, Tempestad en junio, constituye un conjunto de cuadros sobre la
debacle de la invasión; el segundo, Dolce, está escrito en forma de
novela. Lo concibió como un libro de 1000 páginas compuesto como una sinfonía en
cinco partes, en función de los ritmos y tonalidades.
Ya en vísperas de su detención
redactó un testamento a favor de la tutora de sus hijas, con un detalle preciso
de sus instrucciones. Sin una palabra de rebeldía y expresando la simple
constatación de la situación desesperada en la que se encontraba escribió a su director literario,
Albin Michel: «Querido amigo… piense en mí. He escrito mucho. Supongo que serán
obras póstumas, pero ayuda a pasar el tiempo.»
El 13 de julio
de 1942, los gendarmes franceses detuvieron a Irèné. El 16 es internada en el
campo de concentración de Pithiviers, al día siguiente es deportada a
Auschwitz. Tras ser recluida en Bikernau y su paso por la enfermería —
debilitada por su asma y las condiciones atroces de todo— es asesinada el 17 de
agosto de 1942.
Michel Epstein
desesperado, se queda con sus hijas en Issy l’Éveque. Escribe al mariscal
Petain para explicar que Irene tiene una salud delicada y solicita su permiso
para ocupar su lugar en el campo de concentración. La respuesta es su arresto
en octubre de 1942. Le confiscan 8.500 francos y tras varios internamientos es
deportado a Auschwitz el 6 de noviembre de 1942 y ejecutado al llegar.
Tras una azarosa
época de huida y ocultación y habiendo podido recibir ayuda en ciertas
ocasiones, sus hijas Denise y Elisabeth consiguieron eludir la persecución de
la gendarmería. Después de la guerra y perdida la esperanza del regreso de sus
padres, fueron a Niza donde su abuela ha pasado aquellos años entre las mayores
comodidades. Pero ni les abrió la puerta y les gritó del otro lado que si sus
padres habían muerto se fueran a un orfanato. Murió a los 102 años en un gran
piso de la avenida President-Wilson de París.
2) El milagro de que
podamos haber leído El ardor de la sangre
Los manuscritos de esta novela y de Suite
Francesa, quedaron al precario cuidado de sus dos hijas y su tutora,
durante todo el tiempo que duró la ocupación alemana y la persecución que
sufrieron y que dificultosamente lograron esquivar. Mucho tiempo después los
manuscritos fueron confiados al conservador del Institut Mémoire de l’Edition
Contemporaine
De El ardor de la sangre,
había unas hojas mecanografiadas por Michel Epstein —que llegan hasta la página
48 de la edición impresa de Salamandra—. Los actuales biógrafos de Irèné
Némirovsky encontraron entre los escritos confiados al mencionado instituto
unas páginas «de apretadas líneas, sin apenas tachaduras» que se
correlacionaban con las hojas mecanografiadas ¿No es un milagro?
3) El escenario de El
ardor de la sangre
Es real, es Issy-l’Eveque —región de
Borgoña, departamento de Saona y Loira—. Es el mismo escenario que en la
segunda parte de Suite Francesa (Dolce) se encuentran las
familias obligadas a acoger a los oficiales alemanes que mandan la tropa que ha
ocupado el territorio. Irèné Némirovsky había estado allí en 1938, según anotó
en su diario de trabajo. De modo que podemos entender que la entrada de Silvio (págs.
44-55) en la sala del café del Hotel des Voyaguers y la contemplación de su
rostro reflejado en el espejo, es la de la propia Irèné.
No cambió el nombre del hotel ni el
del Molino Nuevo, junto al estanque. No podemos saber si lo hubiera hecho, de
haber podido revisar la obra y publicarla en vida.
4)
Personajes
Hay un triángulo que configura la
esencia del drama: Colette —hija de François y Hèléne—, Brigitte y Marc Ohnet, amante
simultáneo de ambas cuando están casadas.
François y Hélène, padres de Colette —y
de otros cuatro hijos más—.
Cécile, hermanastra de Hélène.
Jean Dorin —del Molino Nuevo, casa
con Colette.
Silvio, narrador. Contempla con la
distancia y relativismo el relativismo que proporciona la edad y la mirada de
quien ha empleado su vida y consumido su fortuna, haciendo lo que ha querido.
Cínico con frecuencia. No se implica porque se niega a participar de los
problemas y sentimientos ajenos. No está dispuesto a prestar ayuda o consejo,
ni siquiera cuando se lo solicitan directamente.
La sociedad ya sea la burguesa o la campesina
adquiere en la prosa de Irèné Némirovsky, características de personaje. No sería
posible entender el comportamiento de sus criaturas sin las precisas imágenes con
que nos describe el mundo social en el que se mueven. Otro tanto cabe decir de
la utilización del paso estacional del tiempo, en relación con los sucesos del
drama, cuya tensión parece quedar cuidadosamente ajustada a la suavidad o
dureza meteorológicas.
5) Un drama rural atemporal
Hay pocos personajes, pero
extraordinariamente bien perfilados que se mueven en un ambiente de campesinos
y burgueses en el que se vive de puertas adentro. Todo el mundo sabe, pero
apenas se habla. «Realmente, esta región perdida y montaraz, opulenta y
recelosa, tiene algo que recuerda tiempos pretéritos.»
Con un estilo elegante y conciso, tiene
una lectura atemporal, nos presenta un mundo y unos personajes con los vicios y
contradicciones propios de la naturaleza humana. Irèné Némirovsky los contempla
con una ternura muy particular, no toma partido, pero tampoco elude entrar en
los recovecos más profundos de su comportamiento; la autora parece tener
presente la frase de Terencio «soy un hombre, nada humano me es ajeno»
Cabe preguntarse si el final resulta un
poco precipitado, algo brusco, pero es que también podemos preguntarnos si estamos
ante una obra acabada; en todo caso, lo seguro es que no ha sido revisada, dado
que una parte se encontró mecanografiada y la otra manuscrita sin tachaduras.
6) Extensión del campo
semántico relacionado con el título: “ardor” y “sangre”.
Palabras como “fuego”, “calor”,
“chispas”, “llamarada”, “llamas”, “consumir”, “arder”, “fiebre”, con su
asociación con “locura” o “rabia”, se utilizan, al menos 70 veces.
7) Proceso de creación
Según sus biógrafos, la idea de El
ardor de la sangre surgió el 6 de diciembre de 1937; Irèné Némirovsky
dudaba entre construirlo como un relato o una novela y en un título alternativo
Jeunes et Vieux y consideran que hay paralelismos entre esta y
los esbozos que se conservan de Captivité, que hubiera sido la tercera
parte de Suite Francesa.
8) Cuando el drama está
completamente servido ¿de qué depende que el desenlace se incline a un lado u
otro?
No de sus protagonistas, sino del
silencio de toda la congregación, pero no se trata de un silencio frágil, sino
una especie de poderoso acuerdo tácito de no querer saber nada de la vida de
los convecinos. «… La gente vive metida en casa, encerrada en su propiedad,
desconfía del vecino, recoge su trigo, cuenta su dinero y no se ocupa de nada
más.»
9) François, el corazón
blanco de esta novela
Es el único personaje que no tiene
secretos y, por tanto, motivos para arrepentirse de nada, aunque se verá
obligado a adoptar la conveniencia de la salvadora hipocresía que le demandarán
su hija Colette y su mujer Hélène. El narrador Silvio, su primo, lo encuentra
demasiado formal:
«Cuando dejes este
mundo, no tendrás que echarlo de menos, […] Como no te gusta ni el vino, ni la
caza ni las mujeres, no echarás nada de menos.»
«mi primo François…un
burgués respetuoso de la ley …»
«El bueno de François
tiene un solo defecto: su falta de mundo hace que, cuando algo le afecta
profundamente, se exprese, como dice la gente, “como un libro abierto”…»
Así que François se encuentra contra
todos y todos están contra François. Hasta su propia hija Colette, espera de él
—y de su madre— el silencio: «… saben callar tan bien … y será como si esta
espantosa historia jamás hubiese ocurrido».
De modo que se pretende que el
silencio actúe como sustituto de lo cierto, como anestesia del dolor provocado
por la tragedia.
10) Tranquilidad como lo
opuesto al ardor
La tranquilidad se contempla como
paradigma de la felicidad. Todas las imágenes de felicidad están referidas a la
tranquilidad; «tranquilidad es su palabra favorita; para ellos es sinónimo de
felicidad, o más bien sustituye a la falta de felicidad.»
Y a esto se añade la retranca rural,
como la voz del vecino Jault: «nadie se moverá si no lo hace la familia … es
mejor que vendan y que se vayan».
11) La voz del narrador
La novela está contada por Silvio desde
la distancia de la edad, de quien ha vivido mucho. ¿Es el relativismo que se
agarra y agranda con la edad como un parásito, o simplemente es cansancio hasta
que un leve soplo parece capaz de avivar el rescoldo?
Silvio está fuera de lugar. Es
testigo sin intervención. No presta ayuda ni siquiera cuando se la piden.
Cínico e hipócrita. Su discurso va perdiendo alejamiento y frialdad y ganando
calor, violencia y velocidad a partir de la revelación de Hélène a François.
Y es a partir de ese momento cuando le asaltan algunos
ramalazos de melancolía recordando o, tal vez, imaginando el pasado: «si nos
volviéramos a él, hacia su suprema dulzura…» Me pregunto si Irèné Némirovsky
tuvo ocasión de conocer la poesía de Konstantino Kavafis, pero algunas de las
frases en las que Silvio vuelve su pensamiento hacia el pasado juvenil me han
recordado el aliento melancólico de algunos de sus poemas que incluyo
seguidamente con referencia a dos pasajes de la novela en las que se desvelan
sus recuerdos (indico también el año del poema y en números romanos la
numeración de la edición de Hiperión 1997):
Cuando Silvio recuerda sus ansias de partir tras la muerte de
su padre:
«Y, efectivamente, eso era lo
que yo quería: un cambio. La sangre me ardía en las venas cuando pensaba en
aquel mundo inmenso que vivía la vida mientras yo seguía aquí. Me fui, y ahora
no puedo comprender qué demonio empujaba a abandonar su casa a alguien tan
insociable y sedentario como yo.»
FUI (1913) XL
Nada me retuvo. Me liberé
y fui.
Hacia placeres que estaban
tanto en la realidad como en mi ser,
a través de la noche iluminada.
Y bebí un vino fuerte, como
sólo los audaces beben el placer.
Silvio recuerda el fuego avasallador
de su juventud, pero también reconoce la fugacidad de la pasión, cuando se
contempla desde un escenario y un tiempo en que todo ha acabado y cambiado.
«Pero a los veinte años,
¡cómo ardía! ¿Cómo prende en nosotros ese fuego? En unos años, en
unos meses, a veces en unas horas, lo devora todo y después se extingue.
Después puedes enumerar sus destrozos … »
AL ATARDECER (1917) LXV
De
cualquier forma aquellas cosas no hubieran durado mucho.
La experiencia
De los años así lo
enseña. Más que bruscamente
todo cambió.
Corta fue la hermosa
vida.
Pero qué poderosos los perfumes,
en qué espléndidos lechos caímos,
a qué placeres dimos nuestros cuerpos.
Un eco de aquellos días
de placer,
in eco de aquellos días volvió a mí,
las cenizas del fuego de nuestra juventud;
en mis manos cogí de nuevo una carta,
y leí y volví leer hasta que se desvaneció la luz.
Y melancólicamente salí
al balcón
salí para distraer mis pensamientos mirando
un poco de la ciudad que amo
un poco del bullicio de sus calles y sus tiendas.
Silvio, en su soledad, espera el
regreso de su juventud; en realidad revivir el recuerdo de ella:
«[…]
El recuerdo de los años pasados nos visitaría más a menudo si nos volviéramos
hacia él, hacia su suprema dulzura […]»
RECUERDA, CUERPO… (1918) LXXV
Recuerda, cuerpo, no sólo
cuánto fuiste amado,
no solamente en qué lechos estuviste,
sino también aquellos deseos de ti
que en otros ojos viste brillar
y temblaron en otras voces — y que humilló
la suerte.
Ahora que todos ellos son
cosa del pasado
así parece como si hubieras satisfecho
aquellos deseos — cómo ardían,
recuerda, en los ojos que te contemplaban;
cómo temblaban por ti, en las voces, recuerda cuerpo.
Me ha recordado lo que disfrutamos con tu exposición. Gracias amigo
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