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CARRUSEL 2023-24

domingo, 9 de febrero de 2020

El ardor de la sangre. Irèné Nemirovsky




Sesión del Club de Lectura del 31 de enero de 2020.

Notas de Andrés Hueso Iranzo



1)     Irèné Nemirovsky
Nació en Kiev el 11-febrero-1903, murió el 17 de agosto de 1942 en el campo de concentración de Bikernau.
Hablaba ruso, polaco, inglés, francés, vascuence y finlandés; entendía el yiddish (idioma de los judíos asquenazies del este europeo).
Tuvo una infancia solitaria y desdichada. Debido probablemente a que su infancia y adolescencia estuvo confiada al cuidado de niñeras, tutoras o internados, la violencia o las relaciones antinaturales entre madre e hija, son referentes importantes en su obra.
Su padre, Lèon Nemirovsky (Kirovogrado, Ucrania 1868-1932 Niza, Francia), fue primero comerciante de grano y después uno de los banqueros más ricos de Rusia.
Los retratos de judíos que nos ofrece están expresados en los términos más crueles y despreciativos «¡Ah, cómo odio vuestros melindres de europeos! Lo que llamáis éxito victoria, amor, odio, ¡yo lo llamo dinero! ¡Se trata de otra palabra para designar las mismas cosas!» No obstante, esa acerba crítica no le impide reconocer su pertenencia a la estirpe. «Ésos son los míos; ésa es mi familia.»
Tras la revolución bolchevique, en 1918 fue puesto precio a la cabeza de su padre, lo que los obligó a una huida que pasó por Finlandia y Suecia hasta que en 1919 embarcaron en un carguero que los llevó a Ruán.
Afincados en París, Irèné Némirovsky se matriculó en La Sorbona donde se licenció en Letras meritoriamente; por su parte, Lèon Némirovsky pudo recomponer su fortuna.
En 1926 con 23 años —ya había publicado varios relatos en revistas y alguna novela corta— se casa con Michel Epstein, ingeniero, empleado en el Banque des Pays du Nord.
Tuvieron dos hijas, Denise nació en 1929 y Élisabeth en 1937
En 1929 publicó David Golder (la terrible tempestad que habían sufrido en la travesía hacia Ruán, probablemente inspiró la del final de esta novela).
A pesar de su notoriedad —sus biógrafos dicen que ganaba el triple que su marido en el banco— y de su gran predilección por Francia y de su sociedad, no consiguió la nacionalidad francesa. En 1939 tuvo lugar su conversión al cristianismo y correspondiente bautizo, seguramente en un intento de conseguir la nacionalidad.
El 1 de septiembre 1939, víspera de la II Guerra, los Epstein-Némirovsky llevan a sus hijas a Issy-l’Evêque con su niñera.
Entre 1940 y julio de 1942, a consecuencia de las sucesivas promulgaciones de leyes que reducen los derechos de los judíos, el matrimonio Epstein-Némirovsky quedó en una situación muy difícil de sobrellevar. Michel Epstein no pudo continuar trabajando en el banco. Irèné, no obstante, consiguió continuar escribiendo hasta el final e incluso publicar algunas novelas cortas bajo dos seudónimos, Pierre Nérey y Charles Blancat. Se fueron de París y se reunieron con sus hijas en Issy l’Eveque, ya allí Irèné Némirovsky emprendió la ambiciosa Suite Francesa, que no pudo concluir: el primer título o capítulo, Tempestad en junio, constituye un conjunto de cuadros sobre la debacle de la invasión; el segundo, Dolce, está escrito en forma de novela. Lo concibió como un libro de 1000 páginas compuesto como una sinfonía en cinco partes, en función de los ritmos y tonalidades.
Ya en vísperas de su detención redactó un testamento a favor de la tutora de sus hijas, con un detalle preciso de sus instrucciones. Sin una palabra de rebeldía y expresando la simple constatación de la situación desesperada en la que se encontraba escribió a su director literario, Albin Michel: «Querido amigo… piense en mí. He escrito mucho. Supongo que serán obras póstumas, pero ayuda a pasar el tiempo.»
El 13 de julio de 1942, los gendarmes franceses detuvieron a Irèné. El 16 es internada en el campo de concentración de Pithiviers, al día siguiente es deportada a Auschwitz. Tras ser recluida en Bikernau y su paso por la enfermería — debilitada por su asma y las condiciones atroces de todo— es asesinada el 17 de agosto de 1942.
Michel Epstein desesperado, se queda con sus hijas en Issy l’Éveque. Escribe al mariscal Petain para explicar que Irene tiene una salud delicada y solicita su permiso para ocupar su lugar en el campo de concentración. La respuesta es su arresto en octubre de 1942. Le confiscan 8.500 francos y tras varios internamientos es deportado a Auschwitz el 6 de noviembre de 1942 y ejecutado al llegar.
Tras una azarosa época de huida y ocultación y habiendo podido recibir ayuda en ciertas ocasiones, sus hijas Denise y Elisabeth consiguieron eludir la persecución de la gendarmería. Después de la guerra y perdida la esperanza del regreso de sus padres, fueron a Niza donde su abuela ha pasado aquellos años entre las mayores comodidades. Pero ni les abrió la puerta y les gritó del otro lado que si sus padres habían muerto se fueran a un orfanato. Murió a los 102 años en un gran piso de la avenida President-Wilson de París.

2)     El milagro de que podamos haber leído El ardor de la sangre
Los manuscritos de esta novela y de Suite Francesa, quedaron al precario cuidado de sus dos hijas y su tutora, durante todo el tiempo que duró la ocupación alemana y la persecución que sufrieron y que dificultosamente lograron esquivar. Mucho tiempo después los manuscritos fueron confiados al conservador del Institut Mémoire de l’Edition Contemporaine
De El ardor de la sangre, había unas hojas mecanografiadas por Michel Epstein —que llegan hasta la página 48 de la edición impresa de Salamandra—. Los actuales biógrafos de Irèné Némirovsky encontraron entre los escritos confiados al mencionado instituto unas páginas «de apretadas líneas, sin apenas tachaduras» que se correlacionaban con las hojas mecanografiadas ¿No es un milagro?

3)     El escenario de El ardor de la sangre
Es real, es Issy-l’Eveque —región de Borgoña, departamento de Saona y Loira—. Es el mismo escenario que en la segunda parte de Suite Francesa (Dolce) se encuentran las familias obligadas a acoger a los oficiales alemanes que mandan la tropa que ha ocupado el territorio. Irèné Némirovsky había estado allí en 1938, según anotó en su diario de trabajo. De modo que podemos entender que la entrada de Silvio (págs. 44-55) en la sala del café del Hotel des Voyaguers y la contemplación de su rostro reflejado en el espejo, es la de la propia Irèné.
No cambió el nombre del hotel ni el del Molino Nuevo, junto al estanque. No podemos saber si lo hubiera hecho, de haber podido revisar la obra y publicarla en vida.

4)     Personajes
Hay un triángulo que configura la esencia del drama: Colette —hija de François y Hèléne—, Brigitte y Marc Ohnet, amante simultáneo de ambas cuando están casadas.
François y Hélène, padres de Colette —y de otros cuatro hijos más—.
Cécile, hermanastra de Hélène.
Jean Dorin —del Molino Nuevo, casa con Colette.
Silvio, narrador. Contempla con la distancia y relativismo el relativismo que proporciona la edad y la mirada de quien ha empleado su vida y consumido su fortuna, haciendo lo que ha querido. Cínico con frecuencia. No se implica porque se niega a participar de los problemas y sentimientos ajenos. No está dispuesto a prestar ayuda o consejo, ni siquiera cuando se lo solicitan directamente.
La sociedad ya sea la burguesa o la campesina adquiere en la prosa de Irèné Némirovsky, características de personaje. No sería posible entender el comportamiento de sus criaturas sin las precisas imágenes con que nos describe el mundo social en el que se mueven. Otro tanto cabe decir de la utilización del paso estacional del tiempo, en relación con los sucesos del drama, cuya tensión parece quedar cuidadosamente ajustada a la suavidad o dureza meteorológicas.

5)     Un drama rural atemporal
Hay pocos personajes, pero extraordinariamente bien perfilados que se mueven en un ambiente de campesinos y burgueses en el que se vive de puertas adentro. Todo el mundo sabe, pero apenas se habla. «Realmente, esta región perdida y montaraz, opulenta y recelosa, tiene algo que recuerda tiempos pretéritos.»
Con un estilo elegante y conciso, tiene una lectura atemporal, nos presenta un mundo y unos personajes con los vicios y contradicciones propios de la naturaleza humana. Irèné Némirovsky los contempla con una ternura muy particular, no toma partido, pero tampoco elude entrar en los recovecos más profundos de su comportamiento; la autora parece tener presente la frase de Terencio «soy un hombre, nada humano me es ajeno»
Cabe preguntarse si el final resulta un poco precipitado, algo brusco, pero es que también podemos preguntarnos si estamos ante una obra acabada; en todo caso, lo seguro es que no ha sido revisada, dado que una parte se encontró mecanografiada y la otra manuscrita sin tachaduras.

6)     Extensión del campo semántico relacionado con el título: “ardor” y “sangre”.
Palabras como “fuego”, “calor”, “chispas”, “llamarada”, “llamas”, “consumir”, “arder”, “fiebre”, con su asociación con “locura” o “rabia”, se utilizan, al menos 70 veces.

7)     Proceso de creación
Según sus biógrafos, la idea de El ardor de la sangre surgió el 6 de diciembre de 1937; Irèné Némirovsky dudaba entre construirlo como un relato o una novela y en un título alternativo Jeunes et Vieux y consideran que hay paralelismos entre esta y los esbozos que se conservan de Captivité, que hubiera sido la tercera parte de Suite Francesa.

8)     Cuando el drama está completamente servido ¿de qué depende que el desenlace se incline a un lado u otro?
No de sus protagonistas, sino del silencio de toda la congregación, pero no se trata de un silencio frágil, sino una especie de poderoso acuerdo tácito de no querer saber nada de la vida de los convecinos. «… La gente vive metida en casa, encerrada en su propiedad, desconfía del vecino, recoge su trigo, cuenta su dinero y no se ocupa de nada más.»

9)     François, el corazón blanco de esta novela
Es el único personaje que no tiene secretos y, por tanto, motivos para arrepentirse de nada, aunque se verá obligado a adoptar la conveniencia de la salvadora hipocresía que le demandarán su hija Colette y su mujer Hélène. El narrador Silvio, su primo, lo encuentra demasiado formal:
«Cuando dejes este mundo, no tendrás que echarlo de menos, […] Como no te gusta ni el vino, ni la caza ni las mujeres, no echarás nada de menos.»
«mi primo François…un burgués respetuoso de la ley …»
«El bueno de François tiene un solo defecto: su falta de mundo hace que, cuando algo le afecta profundamente, se exprese, como dice la gente, “como un libro abierto”…»
Así que François se encuentra contra todos y todos están contra François. Hasta su propia hija Colette, espera de él —y de su madre— el silencio: «… saben callar tan bien … y será como si esta espantosa historia jamás hubiese ocurrido».
De modo que se pretende que el silencio actúe como sustituto de lo cierto, como anestesia del dolor provocado por la tragedia.

10)  Tranquilidad como lo opuesto al ardor
La tranquilidad se contempla como paradigma de la felicidad. Todas las imágenes de felicidad están referidas a la tranquilidad; «tranquilidad es su palabra favorita; para ellos es sinónimo de felicidad, o más bien sustituye a la falta de felicidad.»
Y a esto se añade la retranca rural, como la voz del vecino Jault: «nadie se moverá si no lo hace la familia … es mejor que vendan y que se vayan».

11)  La voz del narrador
La novela está contada por Silvio desde la distancia de la edad, de quien ha vivido mucho. ¿Es el relativismo que se agarra y agranda con la edad como un parásito, o simplemente es cansancio hasta que un leve soplo parece capaz de avivar el rescoldo?
Silvio está fuera de lugar. Es testigo sin intervención. No presta ayuda ni siquiera cuando se la piden. Cínico e hipócrita. Su discurso va perdiendo alejamiento y frialdad y ganando calor, violencia y velocidad a partir de la revelación de Hélène a François.
Y es a partir de ese momento cuando le asaltan algunos ramalazos de melancolía recordando o, tal vez, imaginando el pasado: «si nos volviéramos a él, hacia su suprema dulzura…» Me pregunto si Irèné Némirovsky tuvo ocasión de conocer la poesía de Konstantino Kavafis, pero algunas de las frases en las que Silvio vuelve su pensamiento hacia el pasado juvenil me han recordado el aliento melancólico de algunos de sus poemas que incluyo seguidamente con referencia a dos pasajes de la novela en las que se desvelan sus recuerdos (indico también el año del poema y en números romanos la numeración de la edición de Hiperión 1997):

Cuando Silvio recuerda sus ansias de partir tras la muerte de su padre:
«Y, efectivamente, eso era lo que yo quería: un cambio. La sangre me ardía en las venas cuando pensaba en aquel mundo inmenso que vivía la vida mientras yo seguía aquí. Me fui, y ahora no puedo comprender qué demonio empujaba a abandonar su casa a alguien tan insociable y sedentario como yo.»

FUI (1913) XL
Nada me retuvo. Me liberé y fui.
Hacia placeres que estaban
tanto en la realidad como en mi ser,
a través de la noche iluminada.
Y bebí un vino fuerte, como
sólo los audaces beben el placer.

Silvio recuerda el fuego avasallador de su juventud, pero también reconoce la fugacidad de la pasión, cuando se contempla desde un escenario y un tiempo en que todo ha acabado y cambiado.
«Pero a los veinte años, ¡cómo ardía! ¿Cómo prende en nosotros ese fuego? En unos años, en unos meses, a veces en unas horas, lo devora todo y después se extingue. Después puedes enumerar sus destrozos … »

AL ATARDECER (1917) LXV
De cualquier forma aquellas cosas no hubieran durado mucho.
La experiencia
De los años así lo enseña. Más que bruscamente
todo cambió.
Corta fue la hermosa vida.
Pero qué poderosos los perfumes,
en qué espléndidos lechos caímos,
a qué placeres dimos nuestros cuerpos.

Un eco de aquellos días de placer,
in eco de aquellos días volvió a mí,
las cenizas del fuego de nuestra juventud;
en mis manos cogí de nuevo una carta,
y leí y volví leer hasta que se desvaneció la luz.

Y melancólicamente salí al balcón
salí para distraer mis pensamientos mirando
un poco de la ciudad que amo
un poco del bullicio de sus calles y sus tiendas.
Silvio, en su soledad, espera el regreso de su juventud; en realidad revivir el recuerdo de ella:
«[…] El recuerdo de los años pasados nos visitaría más a menudo si nos volviéramos hacia él, hacia su suprema dulzura […]»
RECUERDA, CUERPO… (1918) LXXV
Recuerda, cuerpo, no sólo cuánto fuiste amado,
no solamente en qué lechos estuviste,
sino también aquellos deseos de ti
que en otros ojos viste brillar
y temblaron en otras voces — y que humilló
la suerte.
Ahora que todos ellos son cosa del pasado
así parece como si hubieras satisfecho
aquellos deseos — cómo ardían,
recuerda, en los ojos que te contemplaban;
cómo temblaban por ti, en las voces, recuerda cuerpo.