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CARRUSEL 2023-24

viernes, 27 de marzo de 2020

La cripta de los capuchinos. Joseph Roth


Sesión virtual del Club de Lectura abierta el 27 de marzo de 2020,
por confinamiento debido al COVID-19



Obra: La cripta de los capuchinos
Autor: Joseph Roth
Presenta: Araceli Callejo


Introducción:

Mis aficiones e intereses relacionados con la historia y con la antropología social y cultural justificarían el porqué de la propuesta de lectura de esta obra de Joseph Roth, que ni es la que se ha considerado como obra maestra del autor ni la más representativa de la época más convulsa que ha vivido la historia reciente de lo que se ha venido a denominar “cultura occidental”, es decir, la historia de Europa y sus alrededores. 

En los últimos años del siglo XIX y los primeros 50 años del pasado siglo XX acaecieron, en no más de 70 años, la quiebra de los tradicionales sistemas de producción (revolución industrial), la quiebra de los tradicionales sistemas y equilibrios económicos (fluctuaciones vertiginosas de precios, quiebras bancarias,  y la gran crisis del 29), la quiebra de los sistemas políticos asentados en las monarquías de origen y tradición divina soportadas sobre una población mayoritariamente cristiana que ve en sus reyes y emperadores la encarnación de Dios en la tierra (disolución del gran imperio austro-húngaro y la revolución rusa de 1917), la quiebra de las fronteras tradicionales (aparición de los nuevos estados) que provocó la incertidumbre de “pertenencia a” de millones que de ciudadanos que no saben si son serbios o bosnios, rutenos o polacos, alemanes o austriacos, silesios o húngaros, checos o bohemios, no saben cual es su nacionalidad con independencia del pueblo al que pertenezcan o la religión que profesen. Un día salen de su ciudad y se mueven sin pasaporte por las distintas regiones y distintos pueblos y cuando quieren regresar se les exige una documentación que no saben donde pedir y quien se la va a dar.

Esta pequeña obra describe, situando la acción en la Austria, y más en concreto en Viena, a la sazón centro del desarrollo de todos los campos de la ciencia, la cultura y el arte, cómo un imperio pasó de ser la potencia más grade de Europa a convertirse en una docena de débiles estados independientes y Viena la capital de una república sin ningún peso específico en el contexto internacional. 

1) Joseph Roth.

Nació en septiembre de 1894 en Brody en la actual Ucrania y murió en París en mayo de 1939 víctima de su adicción al alcohol. Su verdadero nombre era Moses Joseph Roth. 

Su lugar de nacimiento, en la Galicia austrohúngara, a escasos kilómetros de la frontera con Rusia, es el escenario que se repite en varios de sus relatos y en el que dos tercios de la población era judía. Este aspecto de su origen lo ocultó a su llegada a Viena haciendo desaparecer el Moses de su identificación usando desde entonces su segundo nombre con la idea de que parecía menos judío. Además decía (hasta en sus papeles de identidad) que nació en la ciudad de impronunciable Schwabendorf, aunque Brody fuera en ese momento el centro de la Ilustración judía, pero es que Schwabendorf, sonaba más alemán y en la que predominaban los alemanes. 

Su padre padeció una grave enfermedad de carácter nervioso y Joseph, entonces todavía Moses, fue educado por su madre en la casa de sus abuelos, "prósperos judíos asimilados". (Esta fue la gran culpa de aquellos judíos que se asimilaban en Austria y Alemania: ellos se consideraban alemanes a sí mismos pero cuando llegó Hitler los exterminó igualmente como si fueran una raza extraña, convertidos, circuncidados o no, hablaran hebreo o yidish o cualquiera de las múltiples lenguas del Imperio.

Roth estudió en un Gymnasium donde las clases se impartían todas en alemán y en el que  la mitad de sus alumnos eran judíos: para los jóvenes estudiantes del Este, una educación alemana les abría las puertas del comercio y la cultura dominante. Roth siempre escribió en alemán pero al final de su éxodo en París intentó escribir en francés. Estudió literatura y filosofía en las universidades de Lemberg (actual Lviv, Ucrania) y en 1914 ingresó en la universidad de Viena, ciudad que entonces tenía la más grande comunidad judía de Europa central: unas 200,000 almas que vivían en lo que podía considerarse un gueto voluntario, escribe Coetzee. Mientras que Roth escribió: Es ya bastante duro ser un Ostjude, un judío del Este, pero no hay destino más duro que ser considerado un Ostjude fuera de la sociedad vienesa. Los Ostjuden tenían que enfrentarse no sólo al antisemitismo sino también a la altanería de los judíos occidentales.

Trabajó parte del tiempo como tutor de los hijos de una condesa puesto que la carrera académica a que aspiraba nunca tuvo lugar por el inicio de la guerra. Pacifista, sin embargo se alistó en 1916 que fue el año en que tiró su Moisés por la borda de su vida asimilada. "Las tensiones étnicas", dice Coetzee, "eran bastantes en el ejército imperial para que lo transfirieran a una unidad en que no se hablara alemán", para parar en Galitzia en un ejército en que ¡sólo se hablaba polaco!. De estas contrariedades estuvo llena la vida del ahora llamado Joseph Roth. Pero después de la guerra se inventó unas historias fantásticas en las que él había sido oficial y confinado como preso de guerra en un campo de prisioneros en Rusia. "Todavía años más tarde salpicaba su vocabulario con el dialecto particular de los oficiales del ejército austrohúngaro”.

Después de la guerra Roth empezó a escribir para la prensa. Fue entonces cuando emigró a Berlín, ya que Viena convertida en un torso sin cabeza había perdido su poder. Ahora el imperialista Roth se hizo de izquierdas y firmaba sus artículos como Der rote Joseph ¡Roth el rojo! En 1922 se casó con Friederike Reichlern, una mujer esquizofrénica a la que tuvo que internar en un manicomio en 1929 y de donde la sacaron los médicos nazis por el habitual expediente de la eutanasia, para su exterminio en 1940. En una carta a Stefan Zweig resume la atmósfera de esos días: Desde los diecisiete años de edad no tengo casa ni cuarto propios, a lo mucho pasé dos meses como huésped con amigos. Todo lo que poseo son tres maletas. Sin embargo, acepté la responsabilidad de una mujer joven, que se encuentra gravemente enferma: psicosis, histeria, una voluntad asesina, querido Zweig, apenas vive… Y rodeado de oscuros demonios, no tengo cabeza, ni fuerza para mover un dedo. Impotente, paralizado, sin perspectivas de curación… 

Así vivió Roth el resto de su vida, escribiendo en cafés, con las maletas listas para salir, y de hotel en hotel. En su obra Fuga sin fin  (1927) hace una parodia del reportaje periodístico y de la forma de vivir de los periodistas.

Al año siguiente de su matrimonio publica la primera de sus novelas-periódico. Una de ellas, La Telaraña (1923), tenía como tema premonitorio la amenaza espiritual y moral de la derecha fascista. Apareció tres días antes de lo que se conoce como el "putsch de la cervecería", el fracasado intento de Hitler de tomar el poder por primera vez.

A principios de 1923, el director del periódico Frankfurte Zeitung contrató a Roth como colaborador de planta. El diario era, sin duda, uno de los mejores de Europa. Su política editorial comenzaba a ganar en crítica y frescura. Lo principales editorialistas fueron Ernst Bloch, Walter Benjamin, Sigfried Kracauer, Max Picard, Ilja Ehrenburg y Ana Seghers. Los articulistas publicaban entonces sus notas como si aparecer en esas páginas fuera recibir una condecoración. Retirado de Austria, Roth sólo pensaba en luchar por sus crónicas, tratando de salir a flote, de no dejarse hundir de escribir al fin una novela. Y en esos dos años publicó tres de sus novelas La telaraña (1923), La rebelión y Hotel Savoy en 1924. En 1925 Roth fue nombrado corresponsal en París del diario Frankfurter Zeitung y se convirtió "en el periodista mejor pagado de Alemania" Inmediatamente se hizo más francés que los franceses, pero la felicidad de París no duró más que un año y, despedido y despechado, se fue a Rusia, aunque ya escribía de las "dudosas consecuencias de la revolución rusa". Sus reportajes rusos fueron un éxito enorme, aunque continuaba escribiendo ficción para tomar distancia de un mero periodista. Yo no escribo, escribió, lo que se llaman comentarios ingeniosos. Yo dibujo las facciones (irregulares) de la época... Soy un periodista, no un reportero, soy un escritor, no un fabricante de editoriales. 

Famosa se hizo su crónica en el Frankfurte Zeitung, La situación de los judíos en la Rusia soviética, que más tarde incluyó en Judíos errantes: La Rusia soviética es, hoy, el único país donde el antisemitismo está mal visto, aunque tampoco por esto haya terminado. Los judíos son ciudadanos absolutamente libres, aunque tampoco su libertad signifique la solución de la cuestión judía. […] habrá pasado el tiempo del sionismo, el tiempo del antisemitismo… y acaso también el del judaísmo… Todo el mundo debe contemplar respetuosamente cómo un pueblo se libera del oprobio de sufrir, y otro pueblo del oprobio de maltratar. Todo el mundo debe contemplar cómo el golpeado se libera de la tortura y, el que golpea, de la maldición de torturar. He aquí la gran obra de la Revolución soviética.

Pero el primer gran éxito no le vino a Roth como corresponsal, ni siquiera como editorialista: se lo debió, cosa curiosa, al cine. En 1930 publicó otra novela, Job: la historia de un simple, que tiene uno de esos finales felices que tanto gustan en Hollywood. Dos años más tarde publica la que se ha venido a convenir como su obra maestra absoluta, La marcha Radetzky. Y así hasta unos cuarenta relatos como La Leyenda del Santo Bebedor publicada después de su muerte, amén de crónicas como Primavera de café, o Un libro de lecturas vienesas, Años de hotel o la correspondencia mantenida con amigos y coetáneos como Stephan Zweig o Robert Musil.
En 1933 abandonó también Austria tras percatarse de que los nazis austriacos más pronto que tarde se harían con el poder, exiliándose alternativamente a varias ciudades europeas hasta recalar en París. En Francia se exacerbó su problema con el alcohol, muriendo finalmente en 1939, tan sólo unos meses antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. El mismo Roth vaticinaba que: Es sabido que la prensa alemana ya no se dedica a publicar lo que ocurre, sino a ocultarlo y que: (Alemania) es el séptimo círculo del infierno cuya filial en la tierra se conoce con el nombre de Tercer Reich

2)  Contexto.

El contexto de La Cripta de los Capuchinos es la Europa del Imperio Austrohúngaro de principios del siglo XX hasta poco antes de la II Guerra Mundial. Es decir 25 años en la vida de su protagonista.

Es la Europa que, como dice el narrador cuando presenta a la estirpe de los Trotta, procede de Sipolje, en Eslovenia, […] Sipolje ya no existe, […] éste es el signo de los tiempos. Los hombres no saben estar solos, por eso forman agrupaciones absurdas. Los campesinos quieren a toda costa ir a las ciudades, e incluso las mismas aldeas quieren convertirse en ciudades […] mi padre me llevó una vez, un diecisiete de agosto, víspera del día en ele que en todos los lugares de la monarquía, incluso en los más insignificantes, se celebraba el cumpleaños del emperador Francisco José Primero.... Así va presentando a una familia al que el Emperador ennoblece por un acto de valentía de un teniente al que más tarde se llamó “el héroe de Solferino” y, como en todas las familias hay todo tipo de tendencias y discrepancias: los Trotta nobles eran devotos y sumisos servidores de Francisco José, pero mi padre era un rebelde. Un patriota y un rebelde, especie que solamente se daba en la antigua Austria-Hungría. Él entendía el sentido de la monarquía demasiado bien, por eso quería reformarla y salvar así a los Habsburgo, y por eso también se volvió sospechoso y tuvo que huir. […] mi padre soñaba con un imperio eslavo bajo el imperio de los Habsburgo. Soñaba con una monarquía austríacos, húngaros y eslavos… 

Otro de los escenarios donde se desarrolla la trama es la decadente Viena previa a la I Guerra Mundial y, pasada ésta, en la ciudad derrotada donde sus ciudadanos sobrevivían con la añoranza de sus grandezas y la realidad de su miseria, eso sí, con la altanería de quien fue la capital del gran Imperio. Roth la describe […], la mimada y celebrada ciudad, capital y sede del gobierno que, semejante a una araña brillante y tentadora, se asentaba en medio de una poderosa red de un amarillo negruzco, recibiendo ininterrumpidamente la fuerza, la savia y el brillo de los países de alrededor; de los impuestos que pagaban, viviendo miserablemente, mi pobre primo, el castañero Joseph Branco de Sipolje, y el cochero Manes Reisiger de Zlotogrod […] La multicolor alegría de la capital y sede del gobierno del imperio se alimentaba – mi padre lo decía frecuentemente – del trágico amor a Austria de los países de la corona […] todos estos son los generosos proveedores de Austria, y cuanto más pobres más generosos. 

Nuestro protagonista, en distintos momentos del relato, retrata esa vida arrojada a la indolencia y al vivir de unas rentas que llegan a Viena a manos llenas desde los distintos y sacrificados pueblos del imperio que pagan sus impuestos para mantener a unos burócratas lentos, pesados, paralizantes e ineficaces, viviendo a la sombra de una familia imperial cuya cabeza estuvo en el poder desde 1948 hasta su muerte en 1916.

En el capítulo II Roth con un insignificante acontecimiento, relata cómo vivía un joven burgués ennoblecido de medio pelo en Viena. La llegada de un primo procedente de Sipolje, apenas dos horas después de que él se fuera a dormir después de vivir y beber las noches vienesas, le hace descubrir un mundo desconocido hasta ese momento como el de los sirvientes de la familia e incluso la casa en la que vivía: Nuestra muchacha, a la que nunca había visto en horas tan tempranas,  me pareció extraña con su delantal azul […] Por primera vez desde hacía muchos años vi la mañana en mi casa y me di cuenta que era bonita. […] La muchacha me gustó, las ventanas abiertas me gustaron, me gustó el sol, me gustó el canto del mirlo, dorado como el sol matinal. 

En el capítulo IV dice: En parte para guardar las formas, y en parte también para tranquilizar a mi madre, me había matriculado en Derecho, pero en realidad no estudiaba. Y sigue: Yo vivía en el ambiente alegre y desenfadado de loso jóvenes aristócratas, ambiente que, junto al de los artistas del antiguo imperio, era el que más me gustaba. Compartía con ellos la frivolidad escéptica, la melancólica petulancia, una negligencia enfermiza y un ascetismo altivo, todo lo cual era característica de una decadencia que todavía no vislumbrábamos.

Pero esa Viena se transforma con la guerra y después con la derrota del Imperio Austrohúngaro. A la Viena post-contienda ya no se le escucha y ya no decide. Tampoco recibe los impuestos de sus pueblos como les gustaba decir a los Habsburgo, sino que se han ido fraccionando y segmentando en una docena de estados independientes que por sí solos tampoco tienen ninguna capacidad de influencia. Los soldados y funcionarios austriacos repartidos por todo el imperio vuelven a Viena y no hay viviendas para todos, los aristócratas, arruinados por la guerra, reconvierten sus palacios en pensiones donde alojan a los otros nobles y burgueses caídos en desgracia y que la miseria se ha cebado con ellos. Aparecen nuevos personajes buscavidas, tan familiares en épocas de crisis, que se aprovechan de la desgracia ajena. Y aparecen nuevas filosofías, nuevas tendencias artísticas, arquitectónicas, musicales, es decir, un nuevo mundo tan ajeno y sorprendente que deja a la población a la intemperie y con la amenaza de un nuevo monstruo que está naciendo en su vecina Alemania; ya nada es igual. 

En contraposición a la Viena imperial, hace repaso a los territorios alejados del centro del Imperio: desde Sipolje hasta Zlotogrod, recorridas y vertebradas por el ferrocarril donde las estaciones: Todas las estaciones de la antigua monarquía austro-húngara se parecen; pequeñas estaciones en pequeños lugares de provincia, amarillas y diminutas como lánguidos gatos que en invierno yacen en la nieve y en verano al sol, igualmente protegidas por los tradicionales tejados de cristal de los andenes y vigiladas por las águilas bicéfalas sobre fondo amarillo. En todas partes el mismo factor con su gran tripa […] en la estación Zlotogrod, como en la de Sipolje, el factor saludaba tanto a los que llegaban como a los que se iban, y su saludo era una especie de bendición militar […] y en Zlotogrod había el mismo tipo de <sala de espera de primera y segunda clase>, la misma cantina […] la misma cajera rubia y pechugona […] dos grandes palmeras que parecían de cartón y que estaban allí desde los tiempos de nuestros antepasados. Describe cómo viven los campesinos, comerciantes y su relación con la administración y los ejércitos imperiales destacados en las fronteras. También como se reproduce a mucho menor escala las relaciones entre el pueblo y el poder: el cochero judío-polaco tiene buenos y baratos caballos porque es el cochero favorito del capitán del distrito, barón Garppik, y del coronel del noveno de Dragones, Földes. El café de Zlotogrod es la reproducción del café vienés Wimmerl, donde se reúne con sus amigos y el mismo ambiente están en ciudades como Agram, Olmütz, Brünn, Ödenburg, etc. Había pasado una semana, y yo me encontraba ya en Zlotogrod tan en casa como en Sipolje, Müglitz, Brünn, o en nuestro café Wimmerl en Josefstadt. 

Se repetía, también en la periferia, esa indolencia ociosa y decadente, previa a la guerra, en la que se espera la muerte de Kakania (imperial y real, kaiserlich und königlich), como la llamaría Musil, a la vez que la del viejo emperador: Por las noches procuraba cenar con los oficiales del noveno de dragones; mejor dicho, lo que procuraba era beber. Sobre las copas que apurábamos alegres, cruzaba ya la muerte invisible sus huesudas manos, pero nosotros no la vislumbrábamos aún. Pero eran los pueblos a los que el anciano emperador Francisco José llama a la guerra. Así empezaba el manifiesto “A todos mis pueblos”.

El otro escenario por donde discurre Francisco Fernando Trotta es la Gran Guerra. Analiza la diferencia de actitud de los soldados del noveno de Dragones y la de sus nuevos amigos (Joseph Branco, su primo esloveno, y el cochero judío-polaco, Manes Reisiger). Y en lugar de alistarse en su regimiento, el veintiuno de Cazadores, con sus amigos vieneses, a los que consideraba […], todos aquellos me parecían superficiales, frívolos, faltos de compañerismo e indignos de la muerte hacia la que se encaminaban prefiriendo irse con sus nuevos amigos a un batallón galitziano de la frontera con Rusia porque: […] pero yo quería morir con […] y no con bailarines de vals. 

Se alista voluntario: Desde que había leído el manifiesto del Emperador sólo tenía dos pensamientos: la muerte e Isabel y antes de incorporarse al destino se casa de urgencia con Isabel, su amor de juventud: Nuestro primer pensamiento no era el de la muerte, sino el del honor y el peligro […] hacíamos testamento por arrogancia y por arrogancia nos casábamos a toda prisa, […] El matrimonio nos hacía parecer más nobles de lo que ya éramos simplemente por ofrecer nuestra sangre, hacía que la muerte, a la que realmente temíamos, pero que en cualquier caso preferíamos a una atadura de por vida, nos pareciese menos fea y terrible. 

Pero también, Como era natural fui a ver a mi madre, y noté que no había esperado volver a verme, pero hizo como si me hubiese estado esperando. Éste es uno de los misterios de las madres: no renuncian jamás a volver a ver a sus hijos, ni a los que creen muertos ni a los que verdaderamente lo están; y si fuese posible que un niño muerto resucitase delante de su madre, ella lo cogería en sus brazos con toda naturalidad como si el niño no volviese del más allá, sino de algún lugar lejano de este mundo. Este capítulo bélico termina de una forma nada gloriosa, con los tres amigos cogidos prisioneros por los rusos. Internados en Siberia, Branco y Reisiger adelantan el retorno a la patria huyendo de sus captores mientras que Trotta sólo volverá a Viena en 1918, hallando todo trastocado y sumido en una gran crisis, incluso su relación con la frustrada esposa.

El último escenario es la Austria después de la Gran Guerra y sobre todo Viena. La guerra, que implica la pérdida de nombre, posición, rango, dinero, casa, valores, pasado, presente y futuro, marca el devenir de los acontecimientos. La capital de un imperio derrotado y fragmentado, convertida en la capital de una pequeña república y asolada por el hambre y la miseria. Una Austria y una Viena que habían perdido su esplendor en menos de cuatro años, con una población cuya identidad se ha perdido, perdidos sus referentes culturales, con profundos cambios debido, en gran medida, a sus intelectuales, sus músicos, sus artistas: nada era igual a lo que había permanecido estable a lo largo de los siglos. Una contraposición exacerbada entre lo viejo y lo nuevo difícil de asimilar: no es de extrañar que la tasa de suicidios en la Austria de entreguerras fuera de las más altas de su historia.

3) Personajes.  

El mundo desaparecido, el Imperio Austrohúngaro, Joseph Roth lo convierte en protagonista de la mano del narrador, Francisco Fernando Trotta, sometiéndole a una retrospectiva que va desde 1913 hasta 1938: No soy un hijo de mi tiempo, es verdad, incluso diría que me resulta difícil no erigirme en su enemigo, y no es que no lo entienda, como he afirmado a menudo, esto es una excusa piadosa. Por pura comodidad no quiero volverme hostil o agresivo, y por lo tanto digo que no lo entiendo, cuando debería decir que lo odio o que lo desprecio.

El narrador, un Trotta, personaje emparentado con los Trotta de la otra gran novela de Roth, La Marcha Radetzky, es a la vez el protagonista, situándose en todos los escenarios, diseccionándoles con una llamativa mezcla de ironía y liviandad, desparpajo y amargura, esto es cierto en los pasajes relativos al trato del protagonista con su primo Branco y el cochero Reisiger. La melancolía y una lánguida decadencia, se vuelven más pronunciadas según progresa la narración. Mustios, desnortados, a los personajes -en particular los de rango social elevado- no les resta sino una desmayada resignación y el renunciar a la vida, cuando no la huida a través de lo que eventualmente pasa por extravío (tal el caso de Isabel, la esposa de Trotta). Convencido de pertenecer a una generación marcada por el final de una época, sobreviviendo a una catástrofe que ha dado al traste con los sueños de una convivencia multiétnica, son gentes que como él su infortunio mayor es que la muerte no se haya apiadado de ellos, llevándoselos consigo: Nosotros […] habíamos vuelto a casa, desesperados, estériles, tullidos. Una generación elegida por la muerte, y por ella repudiada. El veredicto del tribunal que dictaba la aptitud para el servicio militar, decía de forma irrevocable: “Incapaz para la muerte” 

Vuelve al pasado y al presente cuando a sus nuevos amigos se les encuentra de nuevo en Viena. Y sigue hablando tanto en presente como en pasado, podría ser una autobiografía, con sus reflexiones sobre sí mismo y sobre lo que le rodea, incluso con esa actitud, a veces benevolente, a veces ácida e irónica con  que se abordan los hechos y situaciones del pasado. 

Los nuevos amigos, su primo eslavo, Branco y el cochero galitziano, Reisiger, son dos personajes que representan a los distintos pueblos del Imperio, sencillos, humildes, abnegados, le descubren cómo se vive en la frontera, en el extrarradio, fuera de la Viena imperial y al mismo tiempo son objeto de observación, llamémosle, folklórica: sus costumbres (no toman café para desayunar, sino sopa de patatas) sus atuendos (chalecos y relojes eslavos), sus formas rudas de hablar alemán (la lengua oficial del imperio). 

Isabel, su mujer, con la que se casa apresuradamente y con la que a la vuelta de la guerra sigue sin tener muy claro cuál es su papel de esposo. En torno a Isabel aparecen personajes como su suegro y sus negocios. Burgueses arruinados que ya no creen en el arte y trastocan los valores de qué es arte y qué es industria del arte: Estudio. Isabel Trotta. Ella es una mujer nueva, diríamos que moderna: fuma, rompe las costumbres (viste con corbata como la de un hombre) diseña toda clase de cosas: alfombras, chales, anillos, etc. Por otro lado dos personajes que representan las nuevas tendencias y los nuevos negocios: Jolanth Szatmary, una diseñadora húngara y profesora de Isabel, desinhibida, lesbiana y dominante, a la que la madre de Trotta no la llamará jamás por su nombre como señal de desprecio a lo no austriaco. Y Kurt von Stettenheim, Llegado de la marca de Brandenburgo y resuelto a extender el arte industrial por el mundo y a cualquier precio. Tenía el aspecto de uno de esos hombres a los que hoy se califica de chicos bien, entendiéndose por esto una mezcla de campeón internacional de tenis y terrateniente, con un ligero toque transatlántico o de naviero. Encantador de serpientes y conseguidor de dinero para negocios rápidos y muy lucrativos que, la mayoría de las veces fracasaban arrastrando a gentes, como a la madre de Trotta, a hipotecar sus últimas pertenencias. 

A Isabel la encuentra totalmente cambiada de cómo la dejó al irse a la guerra. Su mujer representa lo nuevo los cambios sociales que se producen a una velocidad vertiginosa.

La madre, personaje sin demasiado peso en la primera parte del relato, representa la viejo. Ante la ausencia del padre ella asume un papel fuerte a la vez que es incapaz de transmitir el cariño maternal a su hijo: … Mi madre era una mujer inteligente y aguda, y entonces es cuando me di cuenta de que nunca me había visto como yo era en realidad. Sin duda me quería mucho, pero a quien quería era al hijo de su marido, no a su hijo Ella era una mujer y yo la herencia de su amado, de cuya sangre me había formado el destino, mientras que su seno sólo había intervenido en ello por casualidad. 

Cuando regresa de la guerra se la encuentra incapaz de ubicarse en el nuevo mundo que ha llegado a toda velocidad. Pero que, una vez pasada la guerra, adquiere una gran importancia. Es la madre distante e inmóvil que le despide cuando se va a la guerra y es la madre que le recibe, incapaz de mostrar sus sentimientos, cuando vuelve de la guerra. 

Pero este personaje, desde mi punto de vista, va adquiriendo un enorme peso en el relato y pasa a progresivamente a ser lo nuevo y se adapta mejor a las nuevas situaciones: sorprende a su hijo una mañana con la expresión ¡servus, hijo! Una expresión demasiado campechana para estar en boca de su madre. Toma las riendas y, ante la imposibilidad de vivir como lo hacía hasta entonces, toma decisiones en las que arrastra a su hijo a adaptarse a los nuevos tiempos. Se atreve a invertir en los nuevos negocios y convierte de su gran casa en una pensión donde acoge, entre otros, a los amigos de juventud del protagonista que se han arruinado y no tienen donde vivir. E incluso empieza a deshacerse de su coraza y deja traslucir emociones y afectos que hasta entonces habían sido totalmente acallados.

Como personajes secundarios, citaría al conde Chojnicki, que también tiene gran protagonismo en La Marcha Radetzky, era un rico noble polaco en la frontera con Rusia, pronuncia una sentida diatriba contra la «fidelidad nibelunga» del núcleo germánico: austríacos, alpinos, sudetes, considerados traidores a la vocación supranacional del imperio por su afán de anexionarse al Reich alemán. La esencia del Imperio Austro-húngaro, según el conde, reside no en el centro sino en la periferia; no en el elemento germánico sino en la multitud de etnias congregadas en torno a la figura simbólica del emperador, convocadas por una romántica ilusión de paridad entre los pueblos. En «la loca Europa de las nacionalidades y los nacionalismos» dice el conde, “el Imperio representa no sólo un estadio superior de organización geopolítica sino una idea por completo sublime; pero mientras los pueblos periféricos (eslovenos, galitzianos, judíos, rutenos y otros) entonan el Dios salve al emperador, los del centro se dejan seducir por aspiraciones pangermánicas y cantan, muy germánicamente, La Guardia en el Rin. A Austria no se la encuentra en los Alpes, allí hay rebecos y rosas blancas de los Alpes, y gencianas, pero ni sombra del águila bicéfala. La esencia de Austria se nutrirá y se completará siempre en las comarcas del reino.» La discusión que se suscita entre el Conde Chojnicki y el varón Kovacs, joven militar húngaro, es una muestra más de los agravios y las disputas entre los pueblos y las naciones que dieron al traste con la organización política imperial.

En la novela aparece otro personaje que se repite en La marcha Radetzky, Jacques, criado fiel y abnegado de los Trotta, a los que sigue hasta el final de sus días. A este personaje Roth, tanto en una novela como en otra, lo retrata con una gran ternura. Representa lo viejo, la fidelidad más allá de la muerte: “- Por favor, señorito, diga a la señora que volveré mañana temprano.” Dijo Jacques minutos antes de morir. 

La Cripta de los Capuchinos es una novela realista e histórica con un relato circular que empieza y termina con el Emperador y con los Trotta, estos últimos en la iglesia de Santa María de los Ángeles en Viena, en la cripta donde reposan los restos de los primeros, los Habsburgo: 
¿Qué desea usted?
Quiero visitar la tumba de mi emperador Francisco José – le contesté.
¡Que Dios le bendiga! – dijo el hermano bendiciéndome con su crucifijo.
¡Que Dios le guarde! – exclamé yo.
¡Pst! – dijo el hermano. 

Y ahora, ¿a dónde puedo ir yo, un Trotta?



Varias de las novelas de Joseph Roth han sido llevadas al cine, en concreto seis:


La película cuyo guión está basado en las novelas protagonizadas por los Trotta, tiene el mismo nombre: TROTTA, dirigida por Johannes Schaaf en 1971 y nominada a la Palma de Oro como mejor película en el festival de cine de Cannes en 1972.