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CARRUSEL 2023-24

martes, 25 de febrero de 2014

Amy Tan no perdona

Se reproduce a continuación la extensa entrevista publicada en



·         La escritora indaga en el pasado de su abuela china en el libro 'El valle del asombro'

·         ¿Se puede perdonar el abandono de una madre? Traición y desencuentros recorren la novela



Quizás, si su abuela, de la que descubrió un pasado de cortesana, no se hubiera suicidado, su madre, con la que mantuvo una relación que pasaba del amor filial a las amenazas de muerte, no habría resultado un ser tan narcisista. Tampoco hubiese cargado con tanto sentido de culpa. Ni a la vez le habría dejado a ella en alguna ocasión abandonada por cumplir su santa voluntad. Ni ahora, esta mujer menuda, que habla de traición, irresponsabilidad, desprendimiento, incapacidad para enmendar traumas de su pasado, no se pasaría un buen rato encerrada en ese bucle que justifica su falta de remordimiento al mostrarse poco favorable al perdón.

“¿Hay que perdonar?”, clama Amy Tan (Oakland, California, 1952), serena, segura de sí misma. “No, ¿por qué? Tampoco eso nos impide amar a quien nos ha hecho daño, pero quien diga que perdona ciertas cosas, como el abandono de una madre o la infidelidad de un esposo, miente”.

Sin ese cuestionamiento, sin esa obsesión por meterse en el pozo, tampoco esta escritora de carácter y gancho habría producido una obra que a costa de los desencuentros, del desarraigo, los desentendimientos, ha cautivado a millones de lectores en todo el mundo desde que publicara en 1989 El club de la buena estrella.

De entonces a esta nueva pero fascinante y enjundiosa novela titulada El valle del asombro, Tan no ha hecho otra cosa que bucear en las sinuosas, frías y traicioneras corrientes subterráneas del Pacífico. Desde el punto que une la poderosa China de sus orígenes hasta desembocar en la rica California, donde vive al pie del Golden Gate.

En Sausalito, al otro lado de la bahía de San Francisco, nada más pasar el puente de los sueños junto a los enamorados que lo atraviesan para cumplir alguna promesa y las pesadillas de los suicidas que lo rondan escoltados por corredores y ciclistas, descendiendo una sinuosa cuesta hacia el mar, vive la autora en una casa de madera rodeada de una vegetación más asiática que californiana.

Allí va tejiendo los hilos que le han llevado de un lugar a otro para acabar en El valle del asombro. Las causas y las consecuencias. Si a Amy Tan no le llamara la atención el mundo de los putiferios cosmopolitas en el Shanghái prerrevolucionario y no hubiese acudido a contemplar una exposición sobre aquella ciudad antaño exótica, hoy territorio propio de Blade Runner, no habría relacionado aquella foto preferida de su abuela con los vestidos que utilizaban las cortesanas de la época.

Lejos de asustarse, preguntó y preguntó. Por su madre, muerta en 1999, supo otras cosas de la vida, pero no la verdadera razón que había llevado a suicidarse a su progenitora creando un tsunami de traumas en la familia que llega hasta hoy. “Ella no lo sabía, y no lo hubiera creído”. De lo que su madre, según la versión oficial, llegó a enterarse es de que la abuela fue obligada a convertirse en la cuarta esposa de un potentado local. Pero Amy va más allá. Se pregunta: “¿Fue una cortesana?”.

No es que El valle del asombro ahonde solo en su particular fascinación por ese mundo, sino que descubrió un secreto familiar tremendo. “Mi madre siempre creyó que mi abuela había sido obligada a convertirse en cuarta esposa de un poderoso cacique, un hombre al que no amaba y que se suicidó por la vergüenza que llegó a sentir a raíz de ello. Si le hubieran dicho que en realidad era una cortesana, por cualquier circunstancia, por cualquier razón, ¿qué me hubiera contado? Si yo se lo hubiera planteado, creo que lo habría negado”.

En cambio, de lo que pudo enterarse ella en vida, fue de otra historia con violencias y amenazas de por medio que ayudaban a entender más el suicidio. “Le contaron que la amenazó de muerte si no se casaba con él y que por eso se vio forzada a hacerlo. Pero de lo que yo me informé fue que él aseguró que se suicidaría si no contraían matrimonio. Existía alguna razón violenta por medio. Desde luego”. Y escandalosa. Pero poco creíble: “Imagínate, el hombre más famoso de la isla, el que hacía las carreteras, los hospitales, ¿que por algún encuentro con ella se quisiera matar?”.

Algo se fue cociendo previamente. “Existía una relación de amor que se fraguó con ella como cortesana, quizás, y esa relación tenía varias aristas y versiones. Una, que había hecho un trato mediante el cual, a cambio de un hijo, ella recibiría una casa en la ciudad”. Su abuela cumplió, pero se suicidó después. Se trataba de una mujer oscura, atormentada: “Consumían opio, me dijeron que era una persona callada, pero que tenía un temperamento violento, que era la favorita, que disponía de la mejor habitación, no sufría la posición inferior que se le suponía a una cuarta esposa”.

Hace tan solo tres años, Amy Tan supo esto. Obviamente le hubiese encantado hablar con su madre de ello, pero ella ya no estaba. Aunque aquella mujer marcaba la grieta de sus desencuentros, le proporcionó tanta riqueza emocional que se convirtió en escritora para explorar todos los traumas que la ocasionó. El primero, abandonarla para irse con un hombre.

Tan aún no ha perdonado. “Cuando tus mayores toman decisiones en las que te ves involucrado y te afectan puedes llegar a no entender ni a perdonar, ¿qué es eso? ¿Debemos absolver a quienes nos han hecho daño? ¿Influye el hecho de que no les perdones en el amor que los puedas tener, en la confianza? Tampoco”.

Y continúa, como en una noria clara y a la vez confusa. “Me resulta muy difícil perdonar a quien me traicionó, eso me preocupaba, pero mientras escribía esta novela, me preguntaba: ¿por qué debemos hacerlo? Quizás sea esa idea que nos viene de los libros de autoayuda, intentando convencernos de que es bueno para uno mismo. Pero yo digo: a la mierda, ¿por qué deberíamos perdonar? ¿Qué es eso? ¿A santo de qué? No creo que sean preguntas con respuestas fáciles. ¿Cómo puedes pasar por alto ciertas cosas? Si son graves, quizás mientras te haces mayor llegas a equilibrarlo con lo bueno que te ha ocurrido, pero no creo que compense”.

Aunque, por otra parte, le ha servido para ahondar en las claves de esta nueva historia. “Quería analizar la naturaleza de la traición, la confianza, la responsabilidad, todo eso, completamente conectado entre sí”. La naturaleza de la compasión la ha dominado. ¿Miente quien dice que perdona?: “Hay dos clases de honestidad en este caso. La que se deriva de los hechos y la que se deriva de las emociones. La que por dentro nos quema repitiéndonos me siento abandonada y no perdono aunque no me lo demuestre a mí ni a otros”. Por esos conflictos muchas veces acabas en el psiquiatra. “No eres capaz de calibrar tus propios sentimientos, te has sentido atado por tu deber, por tu percepción de que, al madurar, has pasado todo a otro plano, has olvidado, pero no, no es así”.

Mucho de aquella niña que se sentía dolida debido a las circunstancias ha quedado marcado en Violeta, la protagonista de El valle del asombro. Criada en un burdel, con una madre caprichosa, dominante, egocéntrica. “La mía fue muy egoísta, interesada, hacía las cosas dejándose llevar por las pasiones, aunque también heredé de ella una visión del mundo que cuestiona todo, muy escéptica y honesta, quizás ella se pasó de transparente con sus sentimientos, pero fue muy auténtica. Eso lo trasladé a Violeta. Yo heredé todo aquello y quería explorarlo”.

Materia literaria, exorcismo de palabras, traumas para explotar a gusto y a disgusto. Peleas, desencuentros, tensiones. Los de una madre empeñada en que su hija se convirtiera en algo que tuviera que ver con los negocios o la música, y las de una muchacha que terminó en el mundo de la literatura con incierto futuro sobreviviendo de la edición y los artículos por encargo, el reporterismo o los discursos a medida.

Por no hablar de desacuerdos sentimentales. “Tuve un novio que ella no podía soportar. Mi padre y mi hermano acababan de morir. Como no rompía con él, se mostraba tan frustrada, tan desesperada, pensando que arruinaría mi vida que cogió un cuchillo y me amenazó. Me lo puso en la garganta, loca, completamente loca, es como si la estuviera viendo mirándome y me dijo: vas a arruinar tu vida también, así que, ¿por qué no matarnos ahora las dos? Yo tenía 16 años. ¡Pues hazlo!, le dije”. Obviamente, frenó.

Rebeldía contra rabia. Un cóctel explosivo y regresivo. “Cuando yo reaccionaba de una determinada manera con mi madre le hacía a ella regresar a su propia niñez. Sus emociones, aunque fueran buenas, le empujaban a querer convertirse en el centro de atención y lo demostraba abiertamente”. Otras veces le daba por volverse protectora. “Entonces exigía tales niveles de lealtad que si te mostrabas en desacuerdo con ella, se sentía traicionada. Yo creo que eso conectaba directamente con su niñez y la volvía infantil. Lo bueno de los más pequeños es que mientras lo son no han aprendido a esconder sus emociones. Mi madre, en cierto sentido, no salió de ahí, jamás se censuró, ejercía una sinceridad salvaje, era radical, capaz de llorar, no pudo quitarse de encima el trauma de que su madre la dejara así, matándose. Se culpaba de ello, le obsesionaban las razones, si hubiera podido deshacerlo…”.


Compartir aquellos episodios de su vida, en cierto modo, la cura. “Quiero ser honesta, pero la gente cree que eso me convierte en vulnerable. Dicen que es valentía, pero no, se trata de una especie de obnubilación personal. He contado estas y otras cosas, cuando la gente me decía qué va a pensar tu madre, yo respondía que se lo preguntaran a ella y era tal su afán de protagonismo que trasladaba su propia versión sin avergonzarse de ello”. No fue con aquel novio con quien finalmente se casó. Pero sí con Lou DeMattei, abogado de profesión. Lo hicieron en 1974. Hasta hoy. Han sobrevivido a los divorcios de varios miembros del grupo de rock en el que Amy Tan canta periódicamente y en el que también participa su amigo Stephen King. Aquellas parejas cuyos compañeros no iban a ver nuestras actuaciones porque pensaban que éramos inmaduros están divorciados. Lou, acudía casi siempre: Seguimos casados”.

Él ha sido un apoyo fundamental en los peores momentos, como cuando contrajo la enfermedad de Lyme. Aunque ya va superando sus efectos gracias a una medicación que la mantiene activa, le ha dejado varias huellas crónicas. “Ahora puedo hablar, ¿tiene sentido lo que digo?”.

Un poderoso sentido. Hubo un tiempo, sin embargo, en que no regía. “Era incapaz, fingía entender, pero nada, no podía seguir una conversación, ni leer. Estoy sana ahora, me medico y puedo trabajar. Yo, al menos, me recuperé, los héroes son quienes no cuentan con el privilegio de tratarse, tuve mucha suerte después de cuatro años y medio sin saber de dónde venía el mal”.

Aquello le dejó de recibo una epilepsia y defectos de equilibrio. “No puedo conducir ni convertirme en gimnasta, esto último ya lo había descartado. Lo otro no me gustaba, así que tengo a Lou de chófer. Pero sin abusar”. También, su hombre, cocina. “Tres veces al día mientras escribo, es una gran persona. ¿El secreto para seguir juntos? Baños y armarios separados. Lo que sientes sobre la familia, la amabilidad, la lealtad, el apego, lo compartimos, aunque no estemos de acuerdo en todo respecto a la política”.

Una más que sana compañía que suple y le salva de la necesaria soledad de su oficio. Esa en la que el autor se ve obligado a escarbar dentro de sus entrañas: “No sé quién soy, si lo supiera no tendría que escribir, siempre van creciendo las preguntas, las ambigüedades, te crees más lista y cuesta más encontrar respuestas que cuando eres una niña”. Pero existen conexiones irresolubles que siguen uniendo a la niña y a la mujer madura de hoy: “Ella se mostraba sobrepasada por sus propias dudas, no disponía de perspectiva para situarse ni para entender lo accidental, la responsabilidad personal, el peso de la culpa, el egoísmo, las elecciones, las circunstancias. Se miraba hacia dentro en su narcisismo infantil, que no juzgo, ni creo que sea malo”.

No cree que resuelva nada escribiendo. Simplemente, esparce y comparte sus propias dudas. “No lo siento así, veo más luz, pero si me preguntas si comprendo mejor, si entiendo, si me digo que no pasó nada, si perdono, puede que no, aunque percibo algo más poderoso: el amor que sentimos hacia quienes nos dañaron superaba lo demás. Los sentimientos de un niño son inescrutables, pero puedes llegar a comprender ciertos actos y aun así querer”. Tampoco se fía de quien dice amar completamente, comprenderlo todo: “No es así y todo el dolor, toda la locura, a veces viene de eso, de no entender que no pueden llegar a perdonar completamente y aceptarlo así. Es mi opinión, creo que es honesto admitir que te importa la gente a la que quieres aunque no excuses el daño que te han hecho. No podrás, no puedes”.




Reír y llorar

José Luis de Juan

Sostenía Wilkie Collins que al lector se le atrapa haciéndole reír, haciéndole esperar y, en el momento oportuno, haciéndole llorar. Pues bien, Amy Tan sigue a su manera los consejos victorianos que cimentaron la multitudinaria estima de Dickens, el amigo de Collins. La autora de El club de la buena estrella construye en El valle del asombro no tanto un valle de risas y lágrimas (recordemos el filme de John Ford Qué verde era mi valle) como un brillante escenario de vívidos y curiosos detalles en el que los destinos se enlazan a una cadena formada por eslabones de amor y sufrimiento, de resistencia y entrega. Los personajes estelares de esta novela son mujeres duras en desigual lucha contra un mundo de hombres débiles que esconden su constitucional fragilidad tras la violencia viril y el sometimiento femenino. Violeta narra su infancia en una refinada casa de cortesanas de Shanghái de la cual su madre americana, Lucía, era la madame. Lucía llegó a la ciudad híbrida persiguiendo a un pintor chino del que estaba enamorada, el cual le arrebataría su segundo hijo antes de perderse en la maraña familiar de honor y xenofobia. Violeta crece entre “flores” con nombres como Nube Mágica y Paloma Dorada, y busca a su padre en todos los hombres, mientras no se siente querida por su madre.

Y ella la perderá a causa del indeseable Fairweather, que la engaña haciéndola creer que su hija se encuentra a bordo del barco que la lleva a San Francisco. Entonces empieza el calvario de Violeta en una ciudad que ya empieza a no ser segura. Sigue los pasos de Lucía y es instruida con ahínco chino en las artes de la seducción, que incluyen desde el recitado de poemas y el tañido de la cítara hasta el mínimo gesto erótico. “Algunos de mis clientes alcanzaron el paroxismo del placer solamente con la vista”, le dice Calabaza Mágica, su mentora. Ella la enseña “a dominar la expresión de la tragedia”, que será su especialidad en el arte como en la vida. Sin embargo, igual que Lucía, Violeta busca el amor “auténtico”, que dure más allá de unos meses. Y lo encuentra en brazos de Edward, de quien tendrá una niña, Flora, que perderá igual que su madre la perdió a ella.

La peripecia cervantina de Violeta incluye a un falso poeta que la atrae a un sórdido concubinato en el Estanque de la Luna, otro escenario vacío de los sentimientos sublimes, pues El valle del asombro solo es una burda copia de un paisaje clásico que pintó su desconocido padre, Lu Shing, cuadro en el que la joven Lucía creyó ver “un lugar donde vivir”. A estas enjundiosas alturas del relato ya hemos tenido algunas risas, debidas a los enredos sexuales de las concubinas entre partidas de mahjong, y entonces llega la espera, por obra de Lucía, que describe el pene de su primer amante como “un roedor ciego y lampiño en busca de una teta llena de leche”. La antigua madame vuelve a 1897, cuando rompió con la familia y se fue al Lejano Oriente. Amy Tan regresa, en esta novela que evoca Memorias de una geisha, a sus temas habituales: la aguda, para ella irresoluble disparidad entre la cultura china y la idiosincrasia americana; las tensiones geológicas entre madres e hijas; el misterio del amor y el aprendizaje del abandono. Y lo hace recurriendo a largos monólogos laberínticos en los que el lector a veces se confunde, aunque nunca pierda la emoción, pues Tan tañe con su afinada cítara narrativa las fibras que nos conmueven y nos interrogan hasta el final, lo cual no deja de ser una hazaña.

El valle del asombro. Amy Tan. Traducción de Claudia Conde. Planeta. Barcelona, 2014. 677 páginas. 22,50 euros (electrónico: 12,99)



 

Mainer reivindica la literatura española del medievo y del XVIII


Se reproduce seguidamente entrevista al catedrático de literatura de la Universidad de Zaragoza, José Carlos Mainer, publicada en el enlace siguiente.
Winston Manrique Sabogal Madrid 25 FEB 2014 - 13:42 CET2
·         El catedrático escribe la 'Historia mínima de la literatura española' como un relato que muestra el rumbo tomado por la escritura y la historia del país en ocho siglos.
·         En este "presente incierto y vivaz" encajan dentro del hilo argumental narradores como Javier Marías, poetas como José Manuel Caballero, ensayistas como Fernando Savater y dramaturgos como Juan Mayorga.
·         Entre los más jóvenes están narradores como Ray Loriga y poetas como Juan Antonio González Iglesias.
Millones de palabras en 50.000 palabras. Infinitas páginas en 201 páginas. Centenares de nombres de escritores, temas, corrientes y tendencias en nueve capítulos. 800 años de creación literaria para leer en unas... cuatro horas. Millares de libros asomados en un libro: Historia mínima de la literatura española (Turner), de José-Carlos Mainer. Un ensayo que se lee como un relato de la creación literaria en España y de la vida del país en el cual destacan las luces reivindicadoras que lanza sobre periodos más o menos eclipsados por la Historia oficial y el imaginario colectivo, como son la Edad Media y el siglo XVIII, mientras arriesga con el presente.
No se trata de un canon sino de una especie de vademécum, una guía para facilitar una lectura razonada de las letras españolas que recoge los cambios producidos a lo largo de su historia
¿Qué hay entre las jarchas de la Edad Media, pasando por el Cantar de mio Cid y José Ángel Mañas? Son el comienzo y el penúltimo nudo de un hilo literario de ocho siglos unido por la misma lengua. Mainer (Zaragoza, 1944) ha creado una narración ágil que empieza con una reflexión sobre qué es la literatura y su función, salta de inmediato a los orígenes de esta historia con las hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar y termina, por ahora, con las corrientes y temas de la creación literaria más contemporánea: la presencia de la Guerra Civil, el auge de la autoficción, la mezcla de novela y ensayo, la vuelta del tono más personal en la escritura, la autobiografía y la generación del desencanto hasta llegar a la literatura del desasosiego desencadenada en esta década.
“No se trata de un canon sino de una especie de vademécum, una guía para facilitar una lectura razonada de las letras españolas que recoge los cambios producidos a lo largo de su historia”, explica el catedrático. El libro reivindica y hace justicia sobre momentos desdeñados o reprobados por estudios tradicionales y se une a una corriente intelectual que reconoce los valores y aportaciones a la humanidad y a las artes de épocas como la Edad Media (entre los siglos V y XV) y el siglo XVIII, en el caso concreto de España. Si la Edad Media no existiera, aclara Mainer, el mundo moderno no existiría, “los grandes cambios que se viven después vienen de allí en muchos órdenes, incluida la vida intelectual”. Un periodo que aún se ve oscuro e improductivo a pesar de que los románticos fueron de los primeros en empezar a iluminar aquellos mil años.
El siglo XVIII en España es singular. Atrapado entre el esplendor del Siglo de Oro y su estela y la literatura del XIX. Se ve como una especie de paréntesis estéril cuya idea Mainer borra. Lamenta que haya habido “una especie de repugnancia política venida en parte por Menéndez Pelayo. O sea visto como el siglo traidor y de influencias externas venidas, por ejemplo, de Francia”. Cuando la verdad es que, agrega el catedrático, si se dejan de lado ideologías y prejuicios, es allí donde se cuajan varios cambios y en la literatura se producen obras de alto valor. Ahí están, recuerda, los autos sacramentales y "figuras admirables" como el poeta Juan Meléndez Valdés o los dramaturgos y poetas Nicasio Álvarez de Cienfuegos y Leandro Fernández de Moratín, con piezas como El sí de las niñas.
El siglo XVIII es importante, ahí están los autos sacramentales y "figuras admirables" como  Meléndez Valdés, Álvarez de Cienfuegos y  Moratín
Se trata de un ensayo que se lee como un relato escrito casi de un tirón y de manera lineal del que solo una cosa hubiera preferido no escribir José-Carlos Mainer: de sus coetáneos. Pero el formato de esta colección de Turner lo exigía: recordar el origen de la literatura en español y cerrar con el pulso actual. “Un presente incierto y vivaz”, es el subtítulo del último capítulo del libro para referirse al periodo posterior a la muerte del dictador Francisco Franco en 1975. Sus claves, afirma Mainer, son la “nueva concepción de la cultura” que modifica el panorama desde el propio germen hasta su divulgación y promoción. Un segundo aspecto es el nuevo enfoque de una escritura más creativa, literaria y autónoma. Una herencia del periodo justo anterior donde se empieza a vivir o a recuperar un cierto exhibicionismo, como se aprecia, por ejemplo en los Novísimos, que dejó sobre el periodo anterior “la sensación de que se había hecho una literatura fracasada”.
Siempre es más difícil valorar la creación contemporánea porque no se sabe qué dirá el tiempo, asegura Mainer. Pero aceptó el reto. No como un diccionario ni una lista de nombres ni de obras, sino dentro del hilo argumental del relato que empezó en la Edad Media. Entre los autores contemporáneos presentes en dicha línea argumental de Historia mínima de la literatura española figuran Fernando Savater, Javier Marías, José Manuel Caballero Bonald, Ana María Matute, Juan Marsé, Antonio Muñoz Molina, Antonio Gamoneda, Cristina Fernández Cubas, Juan Eduardo Zúñiga, Enrique Vila-Matas, Álvaro Pombo, Luis Mateo Díez, Eduardo Mendoza, Juan y Luis Goytisolo, Francisco Brines, Félix de Azúa, Rafael Chirbes, Pere Gimferrer, José María Merino, Antonio Colinas, Juan José Millás, Almudena Grandes, Andrés Trapiello, Ignacio Martínez de Pisón, Luis Landero, Jon Juaristi y Fernando Aramburu. De las últimas generaciones figuran autores como Juan Antonio González Iglesias, Ray Loriga, Isaac Rosa, y José Ángel Mañas, el más joven de todos.
Como siempre, el problema no son las presencias sino las ausencias. Una de ellas es la de autores como Arturo Pérez-Reverte que no encajaba dentro de la estructura de corrientes o temáticas más características del momento. "Él y todos los demás que no aparecen en el libro, al igual que otras tendencias literarias", añade Mainer, "deben sentirse incluidos porque la idea del volumen es la de un presente incierto, abierto". Siempre en construcción.
Este es el penúltimo acercamiento que José-Carlos Mainer hace a este tema. En 2010 fue el coordinador de los nueve tomos de la monumental Historia de la literatura española, editado por Crítica, un compendio de 6.500 páginas desde la Edad Media hasta hoy.




martes, 11 de febrero de 2014

Se edita en español ‘Lionel Asbo. El estado de Inglaterra’ de Martin Amis

Se reproduce abajo la reseña publicada en http://cultura.elpais.com/cultura/2014/02/07/actualidad/1391795784_836198.html


Se edita en español ‘Lionel Asbo. El estado de Inglaterra’, la última obra del escritor británico, uno de los más destacados novelistas de su generación
El controvertido autor recibió a EL PAÍS en su casa de Nueva York
EDUARDO LAGO Nueva York 7 FEB 2014 - 18:56 CET7



Martin Amis: “Lo mío es crear monstruos masculinos”

 
 
 

El escritor británico Martin Amis, fotografiado en su piso de Nueva York. / PASCAL PERICH



En Lionel Asbo, su novela más reciente, Martin Amis (Oxford, 1949) clava una mirada despiadada en el Londres de hoy, de manera semejante a como lo hizo cuando radiografió la ciudad en obras como Éxito (1984) y Campos de Londres (1989), dos de sus novelas más celebradas.

El subtítulo, El estado de Inglaterra, responde a la intención de hacer extensivo su ácido análisis a la totalidad del país, cosa que, inevitablemente levantó ampollas. Divertidísima, de una potencia narrativa y una capacidad de invención lingüística a la altura de los mejores momentos de su trayectoria, la novela número 13 de Martin Amis hunde sus raíces en una tradición dickensiana que conjuga una sagaz capacidad de observación con un humor y una ferocidad satírica en deuda directa con el mismísimo Swift.

Lionel Asbo ha despertado reacciones de signo muy encontrado por razones no necesariamente de orden literario. No es otra la labor del novelista, pero no a todo el mundo le gusta que se aireen con tanto desenfado las lacras de una nación que Amis no se cansa de decir que hace mucho que entró en un declive irreversible.

En esta novela hay brutalidad, pero también hay delicadeza”
Asombra ver que, cuatro décadas después de despertar la admiración de sus compatriotas con la publicación de su primera novela a los 24 años (Los papeles de Rachel, 1974), Amis conserva intacto su poder de fabulación. La formidable mezcla de fallos y aciertos que es su obra incluye varias novelas magistrales (entre ellas Dinero, 1984; La información, 1995; Tren nocturno, 1998, y Perro callejero, 2003), un magnífico libro de memorias (Experiencia, 2000), así como numerosos ensayos políticos y literarios. Entre los primeros abundan los de carácter polémico, como los reunidos bajo el título de Terror y aburrimiento (2008), cuyo tema son los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Sus ensayos literarios destacan por su profundidad y brillantez. Martin Amis tiene la rara habilidad de suscitar, a partes iguales, adhesiones entusiastas y críticas virulentas. Lionel Asbo no es una excepción. La novela está dedicada a Christopher Hitchens, polemista genial y gran amigo de Martin Amis, fallecido poco antes de que el libro viera la luz.

La entrevista tiene lugar en su casa de Cobble Hill, en Brooklyn, donde Amis reside desde hace varios años. Un destello difícil de interpretar se asoma a la mirada del escritor cuando se le pide que hable de Hitchens. “Christopher fue alguien muy importante para mí”, dice mientras descorcha una botella de vino blanco. “Nos conocimos en Oxford, cuando teníamos 20 años, y cuando falleció yo estaba en la habitación con él y toda su familia. Aunque escribía sobre temas políticos, tenía un inmenso talento literario. Estos días lo vuelvo a tener muy presente, porque estoy escribiendo una novela autobiográfica en la que él ocupa un lugar importante. Para mí era más que un hermano. Tal vez la mejor manera de describir nuestra relación sea decir que éramos un matrimonio gay no consumado. Su amor por la vida era contagioso”.

Hitchens y yo éramos casi un matrimonio gay no consumado”
La segunda sombra que ha gravitado siempre sobre la figura de Martin Amis es la de su padre, Kingsley, uno de los escritores ingleses más notables de su tiempo, autor de seis colecciones de poesía y 20 novelas, entre muchas otras obras. Lo milagroso es que, en contra de lo que hubiera cabido esperar, Martin Amis nunca tuvo necesidad de matar a su padre a fin de tener vida propia como escritor. “Nuestras relaciones no fueron nada problemáticas, al revés. Hitchens, que se llevaba fatal con su padre, decía que éramos el modelo ideal de relación paterno-filial. En Experiencia glosé ampliamente su figura, que vuelve a aparecer con fuerza en la novela autobiográfica que tengo ahora entre manos”.

Amis apenas había hablado del proyecto, que define como “una obra que discurre en los intersticios entre la vida y la ficción”. Lo que sí se sabía era que estaba escribiendo una segunda novela sobre el Holocausto. “Ya la he terminado”, se apresura a afirmar. “Saldrá el próximo otoño. No tiene nada que ver con lo que hice en La flecha del tiempo”.

En aquella novela, publicada en 1991, el tiempo transcurre al revés, del presente al pasado, provocando el espejismo de que es posible “deshacer” el genocidio. “En Zona de interés llevo a cabo una exploración muy distinta de lo que ocurrió entonces. No hay experimentos formales. Es realismo social en estado puro. Zona de interés es la expresión que utilizaban los nazis para referirse a Auschwitz y su entorno. Cuando hablaban de interés”, aclara, “lo hacían en sentido económico; con el paso de los años mi incredulidad acerca de todo aquello ha ido en aumento, por eso he vuelto a escribir sobre el Holocausto”.

Algunos críticos creen que no puedo escribir sobre la clase trabajadora”
Una de las críticas formuladas contra Lionel Asbo es que Martin Amis parece haber cambiado como escritor, adentrándose en un terreno que antes no había transitado. “No es así. Lionel Asbo está en la línea de lo que he hecho siempre. He vuelto a hacer lo que se me da mejor: crear un monstruo masculino. Hay brutalidad, sí, pero también delicadeza. Asbo, el protagonista, me cae bien. Lo adoro. A su manera es un gran tipo. Hay un momento clave, cuando Asbo, que es un criminal en toda regla, gana la lotería y se convierte en una celebridad y sale en los tabloides, algo que en Inglaterra ocurre con relativa frecuencia, por la sencilla razón de que quienes más juegan a la lotería son los criminales. En la novela eso da lugar a una serie de escenas hilarantes”, explica el autor. “Cuando estaba a punto de terminar me di cuenta de que había escrito un cuento de hadas moderno, un cuento de hadas cuyos protagonistas pertenecían a la clase trabajadora, y eso sí que ha molestado a algunos críticos, que opinaban que yo no tenía ningún derecho a escribir sobre gente así, lo cual es asombroso, porque es algo que he hecho siempre. Que surjan críticas así ahora revela que ciertos temas despiertan hoy una ansiedad que antes no se daba”.


“La sociedad sucumbirá si la poesía se extingue” (Yves Bonnefoy)

Reproducimos esta reseña, recientemente publicada en






Yves Bonnefoy: “La sociedad sucumbirá si la poesía se extingue”
El poeta, ensayista y traductor francés, recuerda a los 90 años su descubrimiento del lenguaje como creador de la realidad
Literatura y arte conviven en este hombre que asegura que “la sociedad sucumbirá si la poesía se extingue”
Su libro El territorio interior, recién traducido, es un viaje iniciático


WINSTON MANRIQUE SABOGAL 8 FEB 2014 - 00:19 CET





 
El escritor y traductor francés Yves Bonnefoy. / EL PAÍS


Cualquiera pensaría que los cientos de jóvenes que lo escuchaban atentos le habían impregnado energía, más ganas de vivir; pero fue al revés. Fue él, Yves Bonnefoy, con sus 90 años, quien irradiaba fervor por la vida y la realidad. Hablaba de poesía, hablaba de palabras, del aliento vivificador que hay en ellas y de su capacidad de crear el mundo. De cambiarlo, incluso. Hilos de murmullos aquí y allá desprendían los mil estudiantes mexicanos mientras escuchaban al poeta, ensayista, traductor y crítico expresarse en su francés de reminiscencias antiguas mientras ellos con sus cascos escuchaban la traducción del que les habían dicho era uno de los escritores más importantes de Francia.
“Los poemas no tienen significado. Cuando se lee uno hay que preguntar a la propia experiencia, a la memoria. Y a partir de ahí buscarle la interpretación”.
Eran las cinco y media de la tarde del lunes 2 de diciembre de 2013. Era el auditorio Juan Rulfo de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara hasta donde había ido Bonnefoy (Tours, 1923) para recibir dos días antes el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances. Tenía a los estudiantes hechizados. Antes de su llegada todo era algarabía, pero una vez empezó a hablar su voz trajo el silencio, el silencio al murmullo intermitente y una hora después otra vez la algarabía. Tal vez no entendieran muy bien todo lo que el poeta les decía, pero preguntaban y se les veía contentos.
Yves Bonnefoy, sin pretenderlo, había creado el mejor escenario y ejemplo de lo que siempre ha dicho y pensado respecto a la función y cometido de las palabras y la poesía. Y su influjo en la vida de cada uno como lo cuenta en su libro de ensayo El territorio interior (Sexto Piso). Palabra oral y escrita donde se celebra el derrumbe de la Torre de Babel que permitió la proliferación de las lenguas y con ellas el caleidoscopio de la realidad, de que cada cosa tiene un nombre y ese nombre es multiforme porque suena distinto en cada lengua y a su vez su historia varía en cada individuo de acuerdo con la biografía y huella que haya dejado en cada persona. Bonnefoy hablando francés ante una muchedumbre, alguien traduciendo en un español mexicano y los muchachos interpretando o adaptando dichas palabras a su propio mundo.
“En una conversación cotidiana, las palabras sirven para que nos entendamos, pero desaparecen. En cambio, en la poesía esas mismas palabras reaparecen en su verdadera realidad y son nombres propios que señalan o designan las cosas como son para mostrarnos la realidad”.
La poesía debe decir: ‘Existe una Realidad’. La poesía es aquello que exige la existencia del mundo
“¡Espléndido!”. Así recordaría Bonnefoy la experiencia con los mil muchachos, al día siguiente, en el estand de EL PAÍS en la FIL, sentado en una silla, delante de una portada de Babelia titulada: ‘Verdi. Maestro de la vida’. Ahora está bajo la mirada de la Aída verdiana este poeta de obras como Las tablas curvas, Principio y fin de la nieve y Del movimiento y la inmovilidad de Douve; de los ensayos La nube roja, La traducción de la poesía, Donde la flecha cae o El artista del último día; traductor de maestros como Shakespeare y explorador de mitos como se refleja en su Diccionario de las mitologías. Serio y con sus cabellos blancos, menos alborotados que el día anterior, la voz del autor suena baja en medio del rumor de la feria.
“La palabra, las palabras, están en el centro de todo. Son el embrión que no solo describe y señala y nombra el mundo sino que lo ordena y puede salvarlo, reordenarlo. La palabra es nuestra principal conexión con la realidad y la poesía su mejor vía. Por eso es necesario que las liberemos de ese yugo en el cual las hemos metido”.
Con las manos entrecruzadas sobre la mesa de cristal, Bonnefoy deja claro que el poeta no deja nada al azar. Se esmera por buscar el término preciso que se aproxime a la realidad física o no que quiere contar, transmitir. Lo atisbó desde muy niño cuando empezó a leer y notó la intensidad de las palabras y supo lo que quería escribir.
“Yo no he elegido la literatura, sino la poesía. No son la misma cosa. La literatura es una posibilidad de la lengua, la poesía es una manera de despertar la palabra. Y debemos hacer una distinción fundamental entre la lengua y la palabra. La lengua es un conjunto de nociones que nos permiten encontrar diferentes aspectos de la realidad, la literatura es la construcción que hacemos de ella por medio del lenguaje. Todas las experiencias están aquí permitidas, todas las distracciones e irresponsabilidades. La poesía es la respuesta que se lanza en dirección a la lengua, cuando nos preguntamos acerca de nuestras necesidades fundamentales. No es un lugar para divertimentos, ni de la experimentación existencial: es el lugar de la exigencia de la responsabilidad”.
La literatura es una posibilidad de la lengua, la poesía es una manera de despertar la palabra
Sus ojos azules se agrandan para ir a los días en que aprendió a leer. Tendría unos cinco años. Fue con esos libros para niños en los que junto a una palabra está su dibujo. Supo que no se trataba solo de letras. Vio un árbol a los pies de la palabra ÁRBOL, una rosa junto a la palabra ROSA, un perro haciendo compañía a la palabra PERRO.
“Recuerdo que fui golpeado profundamente por la relación que aparecía entre la palabra y la cosa. Tenía la sensación de que la palabra era la embajadora de la cosa, su representante entre nosotros. Es mi primer recuerdo sobre la experiencia del lenguaje. En ese momento comprendí que la poesía ejercía esta relación con la palabra. Después encontré, en los poemas que nos hacían leer, que existía un ritmo, una música dentro de los poemas, que no era inherente a las conversaciones, sino que existía solo en la poesía. Así consideré que mi destino era practicar ese ritmo que hacía que las palabras entraran en contacto con el mundo”.
Convencido y emocionado, Bonnefoy dice que la palabra tiene vida; es un mundo, y crea un universo. Y su encadenamiento con otras palabras, su combinación para crear frases transforma y altera su esencia, su significado. Para él las palabras cotidianas se usan sin darles el valor que merecen.
“La poesía está para recordarnos que todas las palabras, incluidas las que usamos automáticamente, o tanto que parecen gastadas y poco relevantes, son las responsables de la realidad. Para nosotros es importante la existencia de una tierra, suficiente, benéfica, que nos permita dar un sentido a nuestra existencia, que nos permita estar unidos en un lugar donde exista la vida, aunque por momentos resulte surreal. Diría que la poesía habla solo acerca de eso, en esencia. Fundamentalmente la poesía debe decir: ‘Existe una Realidad’, debemos ser parte del mundo, no debemos dejarnos llevar por esa distracción que nos hace aceptar nuestras existencias como algo abstracto, o resignado a la irrealidad. ¡La poesía es aquello que exige la existencia del mundo!”.
El escritor, con el ceño fruncido, se inclina hacia delante. El murmullo de la feria ahoga su voz. Sus oídos están cansados. Sonríe al ver delatados sus desgastes. Y lamenta que cada vez se lea menos poesía.
“El medio ambiente de la Tierra vive amenazado. La lectura de poesía nos regresa a la capacidad fundamental, una apertura si se puede llamar así, de recentrar nuestra atención sobre el lugar terrestre como tal. Ahora en que muchas de las especies desaparecen, en que el aire está contaminado, en que la población es tan numerosa que no hay suficientes recursos, es necesario tomar conciencia de nuestro papel, y el papel de la poesía es facilitar esta toma de conciencias. Necesitamos una voz profética que anuncie los desastres y despierte la conciencia”.
Lo dice con una sombra de tristeza y esperanza. Como cuando habla de la falta de motivación de las instituciones para que la gente lea poesía. Algunas personas que pasan por ahí se detienen a escucharlo.
En las dudas de Hamlet, en sus angustias, es donde la modernidad encontró su suelo más fértil
“Lo que ha ocurrido es que el sistema educativo ha tenido una preocupación sociológica, científica y psicológica que ha desviado la atención de esta relación que la palabra poética establece con el mundo. Se ha cambiado la experiencia poética directa por la explicación del poema y esa reflexión académica ha dado paso a una situación en la cual la poesía no puede respirar. He ahí el problema con la recepción de la poesía”.
Sentir. Sin temor. Expresar, sin miedo. Dar rienda suelta a la memoria para poder interpretar los versos que cobran nueva vida en cada lector. Algunas personas siguen ahí, asomadas en silencio a lo que dice él, ahora entre lo finito y lo infinito. Pastorea el Tiempo donde está inmerso el ser humano y con el que debe aprender a relacionarse.
“La poesía hace acercamientos más profundos a la condición humana, a lo que sabemos y está detrás. Las grandes obras de la poesía se han arriesgado mucho antes por los laberintos de la conciencia nuestra. En las dudas de Hamlet es donde la modernidad encontró su suelo más fértil”.
La realidad con sus encrucijadas está presente en El territorio interior: “Existir, pero de otra forma, y no en la superficie de las cosas, en el meandro de los caminos, en el azar: como un nadador que se sumergiese en el porvenir para emerger luego cubierto de algas, y más ancho de frente, y de espaldas”. Ir más allá de las quimeras es su invitación, dar a cada cosa su lugar y función. “Es la relación con el otro la esencia del pensamiento moral”. Considera que la poesía es el origen de la preocupación ética o filosófica. No duda en soplarnos que “la sociedad sucumbirá si la poesía se extingue”.
Palabras e ideas embajadoras en poemas como La rapidez de las nubes:
En mi sueño de ayer
El grano de otros años ardía a fuego lento,
Sin calor, en el suelo embaldosado.
Descalzos, lo apartaban nuestros pies como un agua límpida.
¡Oh amiga mía,
Qué distancia tan débil separaba nuestros cuerpos!
La hoja de la espada del tiempo que merodea

Hubiese allí buscado en vano lugar para vencer!