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CARRUSEL 2023-24

viernes, 30 de abril de 2021

Badenheim 1939

 Sesión virtual del Club de Lectura abierta el 30 de abril de 2021,

por confinamiento debido al COVID-19


Obra: Badenheim 1939
Autor: Aharón Appelfeld
Presenta: Andrés Hueso


Algunos datos como introducción.

En el siglo XIX el 90% de la población judía mundial vivía en Europa, ahora solo el 10%. 

Hacia 1933 vivían en Europa alrededor de 9,5 millones de judíos, de los que más de la mitad entre Polonia y la parte europea de Rusia; en Alemania 0,5 millones.

Según la Jewish Encyclopedia hacia 2002 la población judía europea era de 1,5 millones.

La población actual de Israel es de 9 millones de habitantes.

Según la Agencia EFE y publicado en La Vanguardia el 11-4-2018: «El número de judíos en el mundo sigue siendo más bajo de lo que era en 1939, antes de que el nazismo comenzara su programa de exterminio. Se calcula que hay unos 14 millones y medio de judíos en el mundo actualmente comparados con los 16 millones que se cifraban antes de la Segunda Guerra Mundial. La cifra actual es parecida a la que se había registrado en 1922, hace casi un siglo.»


Aharón Appelfeld. 1932 Bukovina (entonces Rumanía, actualmente en Ucrania) – 2018 Petaj Tikva, Israel)

La mejor forma de saber algo de la vida y obra de un autor, es atender a sus propias palabras. Seguidamente transcribo unos fragmentos de un par de entrevistas hechas a Aharón Appelfeld y publicadas en español:

Cyber Humanitatis nº 36. Primavera 2005, conversación con Paula Varsavsky 

«Cuando tenía siete años los nazis asesinaron a mi madre. Luego, a mi padre y a mí nos llevaron al campo de concentración de Transmistria. A los ocho años logré escaparme, sólo, durante la noche. Lo hice luego de que una ciudad cercana había sido bombardeada. Yo sabía que me estaba escapando y que era muy peligroso. Después que hui, nadie iba a querer darme refugio, así que me cambié el nombre, ya que, por supuesto, no podía decir mi apellido judío. Vagué por bosques de Ucrania, busqué trabajo… Por suerte, no me reconocían por ningún rasgo particular, podía pasar por un alemán o un polaco cualquiera: rubio, de ojos celestes, cara redonda y nariz pequeña.»

«Finalmente, una prostituta me tomó para que viviera en su casa de un solo ambiente a cambio de que le hiciera mandados como buscar comida en el pueblo, o algún pequeño trámite. Así fue como tan temprano conocí el cuerpo humano. Todas las noches la visitaban hombres, en general eran campesinos de la zona, y también iban muchos soldados. Yo los veía desnudos a los dos, a ellos no les importaba, yo era como un perrito que estaba ahí. Al final de la noche empezaban las discusiones: no le querían pagar. Estuve allí varios me-ses, hasta que una noche un cliente me miró y me dijo “¿Qué haces ahí judío roñoso?” Entonces entendí que en ese mismo momento me tenía que ir.»

«Escribir las cosas tal como sucedieron equivale a hacerse esclavo de la memoria la cual no constituye sino un elemento secundario del proceso creativo… Los materiales, en efecto, están tomados de la propia vida, pero lo creado es una criatura independiente.» [por este motivo es que a lo largo de su obra, a pesar de que aparecen muchos datos de su vida, siempre están ficcionalizados] «La realidad —asegura— puede permitirse el lujo de ser increíble, inexplicable, de situarse fuera de toda proporción. Para gran dolor de mi corazón, la obra creada no puede permitirse las mismas libertades.»

«Permanecí dos años más en Ucrania, allí conocí lo más sórdido de la sociedad: traté con ladrones, estafadores, todos los márgenes por los que se puede transitar dentro de cualquier comunidad. Luego me uní al ejército ruso, donde trabajé de ayudante de cocinero, hasta que terminó la Segunda Guerra Mundial. En ese entonces había varias organizaciones que se ocupaban de encontrar y reubicar a huérfanos judíos del Holocausto. Así fue como llegué a Israel, en el año 1946. Estaba casi mudo, los músculos de la mandíbula se me habían empezado a atrofiar porque había hecho tanto esfuerzo para que no me reconociesen por mi acento que casi no hablaba.»

Philip Roth, en Operación Shylock, expresa lo siguiente: «Lo que Aharón representaba para mí era la capacidad de maduración de alguien que se ha visto convulsionado por los más indecibles sufrimientos y que ha logrado conservar no ya lo normal, sino todo lo extraordinario que en él había, alguien cuya superación de la futilidad y del caos, y cuyo renacimiento como ser humano armónico y escritor de primera categoría constituye un logro rayano en lo milagroso, tanto más cuanto que proviene de una fuerza interior que sin duda posee pero que el ojo no alcanza a percibir.»

Conversación con Mateo Torres, publicado en Babelia el 22-1-2005.

«En los años veinte y treinta era normal que los judíos se vieran a sí mismos en un contexto europeo y no en un contexto judío. Había judíos comunistas, liberales, anarquistas, etcétera, que se consideraban europeos. Nunca se imaginaron que iban a ser odiados por ser judíos. El judaísmo no era entonces un componente esencial de sus vidas y ni siquiera eran creyentes.»

«Cuando alguien crece sin madre se convierte en alguien más alerta respecto a los demás. Tienes que escucharlos porque dependes de ellos. En mi infancia, como cuento en Historia de una vida, me adoptaron los criminales sin saber que era judío. Vivía con ladrones y prostitutas, gente de los márgenes. Estaba en sus manos y tenía que comportarme como ellos y estudiar su naturaleza. Ésa fue mi escuela y en ella aprendí el significado de la vida. Adoptaba a padres y a madres para no ser huérfano.»

«En 1944, a la edad de doce años, los rusos liberaron el área donde vivía y me integré en el ejército ruso como ayudante de cocina. Fue una gran experiencia y se portaron bien conmigo. Tenía comida y la gente no quería matarme.»


El concepto de “asimilación” de los judíos en Europa.

Aharón Appelfeld nació en el seno de una familia de ‘judíos asimilados’, poco religiosos, ilustrados y cultos. En su casa hablaban en alemán, ruteno, yiddish y un poco de rumano. Hacían vacaciones en los Cárpatos, en hoteles y balnearios de Austria, viajes de tren en primera clase, temporadas con los abuelos en el campo, que hablaban yiddish e iban a la sinagoga.

Aharón Appelfeld habla sobre la situación de su familia como ‘judíos asimilados’: «Los judíos asimilados se construyeron una plataforma de valores humanos y, desde lo alto, con-templaban el mundo. Estaban convencidos de no ser ya judíos y de que nada que fuera de aplicación a los judíos podía aplicárseles a ellos. Tan extraña confianza los convirtió en criaturas ciegas o medio ciegas. Siempre he sentido cariño por los judíos asimilados, porque era en ellos donde el carácter judío, y quizás también el destino de lo judíos, se concentraban con mayor fuerza.»

La ‘asimilación’ de los judíos implicaba su integración en la cultura circundante. 

«La sociedad, enfrentada con la igualdad política, económica y legal de los judíos, dejó claro que ninguna de sus clases se hallaba preparada para concederles la igualdad social, y que sólo serían admitidas ex-cepciones del pueblo judío. Los judíos que escuchaban el extraño cumplido de que constituían excepciones, que eran judíos excepcionales, sabían muy bien que era esta misma ambigüedad —la de ser judíos y presumiblemente no como judíos— la que les abría las puertas de la sociedad. Si deseaban este género de relación, trataban, por eso, de 'ser y no ser judíos’.» Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo.

De aquí se derivaba una división de considerables consecuencias sociales: la excepcionalidad ofrecida significaba la aceptación de unos pocos y la consecuente marginación de los muchos, en realidad el grueso de la población judía. De este modo el judío de excepción no sólo acababa siendo ‘extraordinario’ por disponer de determinadas cualidades, sino también porque se contraponía al ‘judío ordinario’.
El carácter excluyente de esta diferenciación, entre lo ordinario y lo extraordinario, supuso marginar de la vida europea al pueblo judío, al ser considerado compuesto precisamente por individuos comunes y sin distinción; en virtud del ingreso a la sociedad de unos pocos judíos excepcionales. De esta manera, en la idea de excepción estaba supuesta la exclusión de las masas judías al proceso de asimilación. 


¿Por qué propuse esta obra?

El 24 de mayo de 2020, en pleno confinamiento, John Gray publicó en El País un artículo titulado ¿Otro Apocalipsis?, el autor analizaba las consecuencias que la pandemia podría generar sobre nuestras vidas —economía, trabajo, sociedad, etc.—. Transcribo dos párrafos muy significativos del sentido de su análisis: «La vieja vida de relaciones despreocupadas entre las personas se desvanecerá rápidamente de la memoria.» «La automatización y la inteligencia artificial eliminarán franjas enteras de empleo para la clase media.»

Cuando propuse este título —recordad que estábamos recién salidos del confinamiento— escribí en mi comentario de presentación: «Obra oportuna en su momento por razones más que obvias, me ha parecido nuevamente oportuna por las circunstancias vividas, tanto por las más inmediatas como por las solo algo más remotas, pero no olvidadas; me refiero a las sucesivas y variadas crisis padecidas y a esa sempiterna y líquida excusa que nos imponemos (y también nos imponen) para justificar no haber hecho nada: … ¿quién podía imaginar/pensar/saber lo que iba a pasar, …? ¿Qué hace que nuestra percepción se adormezca justo cuando la necesitamos más despierta?»

Leí este libro en 2006 cuando lo publicó Losada en español —en ese año bailábamos alegres en la cubierta de un Titanic, que aún no se había encontrado con un iceberg llamado 2008, ni con otro doce años después llamado Covid-19— y en mi recuerdo, lo que cuenta esta novela, siempre ha estado asociado al Síndrome de la disonancia cognitiva. Este concepto fue propuesto por el psicólogo León Festinger para explicar por qué las personas intentan mantener la consistencia interna de sus creencias y de las ideas que han interiorizado, incluso recurriendo al autoengaño, cuando hay discrepancias entre aquellas y las circunstancias ciertas, reales y materiales con las que tiene que enfrentarse.

Es muy inquietante saber que preferimos aceptar como cierto y real un engaño, a reconocer un hecho, verdad o circunstancia que nos incomoda o disgusta o percibimos que no nos conviene (no obstante, esta es una cuestión que nuestro compañero Ismail la expondría mucho mejor que yo). Quizá se haya producido en toda época y ahora simplemente sea más frecuente y más intenso. Lo cierto es que lo estamos presenciando —¿y padeciendo?— a diario. Nuestro mundo —sea lo que sea que entendamos como mundo— está dejando de ser lo que era y tampoco va a ser lo que quiera que sea ahora.

También podría aplicarse a las circunstancias actuales el Síndrome de la rana hervida: asistimos al surgimiento de cambios importantes, pero no reaccionamos porque no acabamos de percibirlo como un peligro cierto y actual. 

Ambos síndromes afectan dramáticamente a los personajes de Badenheim 1939 y de ahí la motivación de mi propuesta: la naturaleza de las amenazas que reciben sus personajes, es la misma que nos está afectando ahora mismo a nosotros.


Badenheim 1939 (publicada en hebreo en 1978) 

Aharón Appelfeld omite gran parte del marco histórico y confía que el lector complete los espacios en blanco. En este sentido se trata de un relato ahistórico o, al menos, la mención temporal del título ‘1939’ entiendo que hay que considerarla como un símbolo referencial.

Las tropas alemanas entraron en Austria el 12-3-1938, el plebiscito del 10 de abril que siguió a esto, aprobando la unión (Anschluss) de Austria como una provincia de Alemania, fue abrumadoramente favorable y tanto los judíos como los romaníes estuvieron excluidos de la votación. El progromo particular de Viena, su personal Kristallnacht, se produjo en noviembre de 1938 con el arresto de miles de judíos que fueron deportados a Dachau o Buchenwald. El 1-9-1939 Alemania inició la invasión de Polonia.

Quizá un aspecto especial de esta novela sea su tono. Está narrada en un modo muy directo, en capítulos cortos que constituyen cada uno una escena: un instante de la vida de sus protagonistas, quienes se ven impelidos a actuar en el preciso espacio temporal, físico y emocional descrito en el primer párrafo de cada capítulo.

Es una novela breve, tensa, amarga, kafkiana y siniestra, escrita con una ironía casi sádica. Pero también reviste caracteres de opereta, un género al que eran muy aficionados los vieneses de la época. Con frecuencia el lector asiste asombrado al comportamiento alegre y confiado de los personajes —como personajes de opereta— en los que las progresivas señales ominosas apenas hacen modificar su forma de vivir. La mezcla de esa ligereza y de los avisos de amenaza conforman una eficiencia narrativa genial, que proporciona un demoledor crescendo dramático. Es el lector quien sufre el desasosiego que piensa deberían sufrir los personajes.

No hay adjetivación superflua, la redacción es un gran ejercicio de contención, no se aprecia intención de sentar doctrina u opinión. No hay posicionamiento político ni religioso.

También nos puede sorprender lo que señala Philip Roth «la falta intencional de causalidad». Las cosas pasan: «las sorpresas nunca dejan de ocurrir» es la frase que inicia varios capítulos. Preguntarnos por qué o si son realmente sorpresas, a veces, es una tarea irrenunciable.


He extendido mucho más mis comentarios sobre el autor y los aspectos circunstanciales de “Badenheim 1939”, que sobre ella misma, sin entrar a analizar: personajes, estilo, estructura, intención del autor, … porque, en definitiva, espero vuestras opiniones y aportaciones para poder compartirlas o confrontarlas entre todos.

Recordad que el blog es un instrumento para el diálogo.

Muchas gracias.