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CARRUSEL 2023-24

sábado, 2 de abril de 2022

Memorias de un antisemita

 Sesión virtual del Club de Lectura abierta el 2 de abril de 2022

por confinamiento debido al COVID-19


Obra: Memorias de un antisemita
Autor: Gregor Von Rezzori
Presenta: Araceli Callejo


Biografía y obras:
Gregor von Rezzori nació a mediados de 1914 en Chernovtsí, en la parte norte de la región histórica de Bucovina, de la Galitzia Oriental muy cerca de Rumania, actualmente Ucrania. Un territorio en el entorno de los Cárpatos, fronterizo entre el Imperio austrohúngaro y la Rusia zarista, en un momento de descomposición de ambos imperios: mes y medio después de su nacimiento se declara la Primera Guerra Mundial y tres años después la revolución bolchevique acaba con la Rusia de los zares. Territorio con una importante comunidad judía ashkenazi cuya lengua, yiddish, aprendió junto con el rumano, italiano, polaco, ucraniano, francés e inglés además del alemán que fue la lengua en la que escribió toda su obra.

De familia aristocrática por parte de madre y el padre, alto funcionario imperial de un imperio inexistente, que antepone su pasión por la caza a volver a Viena. La vida de Rezzori estuvo marcada desde un principio por el desplazamiento, por el drama de ser apátrida y el consecuente vacío existencial. Si se hubiera quedado inmóvil en su lugar de nacimiento, habría tenido tres nacionalidades: austrohúngara, rumana y soviética. Habría cruzado fronteras sin moverse. ¿De dónde es? La respuesta no resulta sencilla. Rezzori lo cuenta así: «Chernovitz, donde yo nací, era la ex capital del ex ducado de la Bucovina, perteneciente a la ex monarquía austrohúngara y situada en la parte oriental del bosque de los Cárpatos, al pie de la cordillera Tatras, que en 1775 había sido cedida a la ex Austria-Hungría imperial-real por el ex imperio otomano, como recompensa por su intervención en la guerra ruso-turca. Se anexionó primero al antiguo reino de Galitzia y luego, en 1848, pasó a formar parte de los territorios autónomos de la casa de Habsburgo. Exceptuando mi ciudad natal, cuyo nombre, por otra parte, ha experimentado numerosos cambios en el curso de su historia –del alemán Czernowitz al actual Chernovtsi en Ucrania pasando por Cernauti–, en ella todo es designado como “ex”, es decir, como no formando parte del presente, como no existiendo en realidad, lo que le confiere una especie de aura legendaria y, en consecuencia, un carácter irreal». Pero al mismo tiempo esa riqueza de vivencias surgidas de los diferentes pueblos, regiones y culturas que poblaban la Europa del pasado siglo la va reflejando en sus obras. 

Estudió ingeniería minera en Leoben, después paso a la arquitectura y a la medicina en la Universidad de Viena, al final de su formación se graduó en Artes. De personalidad polifacética, al margen de su actividad novelística fue periodista e ilustrador y realizó incursiones en la radio, la televisión y el cine como guionista y como actor. Viajero por el mundo, vivió en Roma, París, Berlín, Viena y muchas otras ciudades, se casó tres veces, una de ellas con una judía, ejerció todo tipo de oficios para sobrevivir. Puede hacer pensar que la visión cosmopolita que adquiere con las circunstancias, o por propia voluntad, puede cambiar definitivamente el carácter de una persona, pero no es así: Gregor Von Rezzori fue siempre un antisemita, como reza el título de su novela, aunque no ejerciera como tal. Lo fue por nacimiento o por crianza, y esto nos hace pensar, que todos somos como él, seres llenos de prejuicios que ejercemos o no, quizás, por pura azar.

Rezzori como actor intervino en una docena de películas en Francia, Italia y Alemania participando en la producción de varias de ellas, así como de sus guiones. Fue dirigido, entre otros, por Louis Malle en “Una vida privada” y “Viva María”.

Como escritor sus obras son la antítesis del minimalismo, pero sin embargo no son farragosas ni suntuosas, son para leer despacio y con concentración, pero no tanto por su estilo como por la naturaleza reflexiva que domina en toda la narración y la dificultad de esa mezcolanza de pueblos, regiones y culturas que poblaban la Europa del pasado siglo: la Bucovina, Galitzia, reino de Rumania, el imperio austrohúngaro, los goyim... 

Comenzó su carrera como escritor de novelas ligeras, pero tuvo su primer éxito en 1953 con las Historias de Maghrebinia, una colección de historias y anécdotas divertidas de un país ficticio llamado "Maghrebinia" , que reunió en clave grotesca y parodia las principales características navideñas de su país multicultural, el Bucovina, la desaparecida Austria-Hungría y el Bucarest de su juventud. A lo largo de los años, Rezzori publicó otras Historias de Maghrebinia, un hecho que benefició su reputación como virtuoso de la lengua y un espíritu libre, que escribió con ingenio, profundidad y elegancia. Otras novelas, La muerte de mi hermano Abel, Edipo gana en Stalingrado, o Pistas en la nieve, describen el mundo en declive en el momento de las guerras mundiales, han sido elogiadas por su prosa descriptiva efectiva, matices y estilo. Tiempo más tarde publica Un armiño en Chernopol, Flores en la nieve, Caín, su última novela, y Un forastero en Lolitalandia. El último relato de Von Rezzori es en realidad un reportaje escrito para la revista Esquire en 1987 en el décimo aniversario de la muerte de Nabokov. Esquire encargó al escritor que siguiera los pasos de Humbert Humbert y realmente es una meditación sobre Lolita, sobre Nabokov y sobre Estados Unidos con una honrada confesión sobre las diferencias como artista: “No soy tan engreído como para no ver nuestras considerables diferencias, tanto de género como en la calidad”

En 1979 publicó Las Memorias de un antisemita. En 2009 Anagrama reedita Las Memorias haciendo una edición especial que reunía tres de sus novelas más autobiográficas bajo el título de La Gran Trilogía que prologa Claudio Magris, otro escritor germanista que sabe de territorios de frontera e identidades fronterizas por su origen triestino. Junto a Memorias, Un armiño en Chernopol y Flores en la nieve. El lector que se adentre en el libro entrará en el cogollo del mundo mitteleuropeo, anterior y posterior al derrumbe de la monarquía austrohúngara, a través de las diversas etapas de la vida de su autor. Rezzori también hizo uso de su notable talento para la sátira, lo que hizo no ser reconocido por unanimidad como gran autor en el área de habla alemana por motivos no literarios, aunque podría tener un lugar al lado de Günter Grass o de Robert Musil.

Pero Rezzori no se tomaba la literatura demasiado en serio y critica las bases del pensamiento alemán, su crítica, a menudo corrosiva e inmisericorde, trasciende lo coyuntural para dirigirse a toda la mentalidad alemana, negándole su valor sagrado. Y se mofó del canon y del mundillo literario alemán. En una entrevista, dijo que había escritores a los que admiraba tanto que le quitaban las ganas de escribir, como Musil o Nabokov En cambio, añadió, "Tomas Mann, con su sentido del humor casi de colegial, me desafía a ser un poco más sutil e irónico". Y en esa misma entrevista a la clásica pregunta sobre el contenido autobiográfico de sus libros, dijo: "No puedes eliminarte por completo, a menos que seas Shakespeare"

Su enfrentamiento con el poder cultural alemán no evitó, como es natural, que su obra fuera mejor leída fuera, en países como Italia o Estados Unidos. Hoy España empieza a reconocer al gran escritor que fue Rezzori, un autor que escapa a la idea que se tiene aquí (en parte fundada) de la solemne literatura germana. "El canon alemán ha descubierto el humor, la ironía, el cinismo y la mofa hace muy poco, con toda una nueva hornada de autores que tienen todos antecedentes migratorios -señala José Aníbal Campos, su traductor-. Rezzori es un autor que escribe en alemán, pero no es alemán. Su uso de la lengua alemana como una plastilina lo debe también al distanciamiento del apátrida que siempre fue".

¿Por qué la obra de Gregor von Rezzori despierta un mayor interés y goza de una popularidad creciente en países de América Latina y en el mundo latino en general, todo lo contrario de lo que sucede, por ejemplo, en Alemania, donde parece ser un gran olvidado?

Contexto cultural y sociopolítico.
A juicio de sus traductores y críticos, Juan Villoro y José Aníbal Campos, hay tres aspectos en la obra literaria de Rezzori que explican ese interés y esa popularidad: en primer lugar, el intento por construir la memoria de un sitio de fronteras difusas en el tiempo y en el espacio, lo que Rezzori llama Magrebinia y que abarca toda la Mitteleuropa. En segundo lugar, el tono desacralizador de su literatura, su escepticismo hacia el arte en general o hacia la capacidad de la literatura de reflejar la realidad (para lo cual emplea un sentido del humor que pocos autores pueden ofrecer). Y, como tercer aspecto, la crítica furibunda del presente, desde la perspectiva del hombre que va arrastrando consigo varias épocas, casi como una dolencia, como una enfermedad, y que hizo decir a alguien que Rezzori era como un Balzac furibundo. 

Rezzori proviene de esta cultura, pero sufre un desplazamiento. Se instala en Italia cuando Europa central es una patria perdida. Los novelistas, pintores, psicoanalistas y filósofos que vivieron en Mitteleuropa desde principios del siglo XX hasta el periodo de entreguerras tuvieron una relación muy conflictiva con el conservadurismo vienés, pero fueron altamente valorados en París, Londres o Berlín. Los grandes vieneses habían tenido que emigrar. Rezzori llegó tarde y no fue asimilado a ese grupo de autores emigrados. En el inmenso catálogo de la exposición de 1986 en el Centro Georges Pompidou de París: Vienne 1880-1938. L’Apocalypse Joyeuse, había textos de Claudio Magris, Carl E. Schorske y otros notables germanistas. Se hablaba del enorme legado de la cultura austrohúngara, pero el nombre de Rezzori, que entonces estaba muy activo, no aparecía por ninguna parte. Es complicado no tener una patria tangible.

Sus traductores y críticos retoman la reflexión sobre la extraterritorialidad que en Rezzori pasa con suma frecuencia a ser transterritorialidad, un constante traspaso de fronteras. Si hay algo que marca la vida de Rezzori (tanto su vida real como sus ficciones) es el viaje, la peregrinación: la propia historia de su nacimiento (una de sus tantas ficciones personales) lo sitúa en un coche de posta camino de Chernivtsi. Una breve ojeada a los términos con los que él mismo solía definirse nos proporciona un inventario del desarraigo geográfico y temporal (déraciné, extranjero profesional, apátrida, decía: “Estoy casi más acostumbrado a [los] presentes que flotan libremente en el espacio temporal que no a un presente definido, atado al pasado y al futuro […] No hace falta ningún avión que me lleve de continente en continente para enseñarme la falta de relación entre mi pasado y mi futuro. Sé que en el mejor de los casos soy un eco tanto de este como de aquel.” Escribió como si el campo cultural en el que había crecido siguiera vivo. Hay una evidente vocación nostálgica en sus textos. Narra como si Broch, Musil y Kafka estuvieran vivos y como si fuera a encontrarlos, sin hacerles demasiado caso, en el Café Central de Viena.

Antes de la guerra y aun durante la contienda, Rezzori es un joven dandi que aprecia la buena vida, privilegia la mejor ropa, corteja a las mujeres y seduce en las tertulias. Creció rodeado de mujeres que lo mimaron (a causa de eso, según dijo, sobrestimaba las virtudes de la virilidad). Sus primeras novelas, de corte sentimental y aventurero –tradicionales en la forma–, tienen éxito entre el público y le permiten mantener su tren de vida (siempre trató de vivir por encima de sus posibilidades). Disfrutaba enormemente cuando una lectora le decía: “anoche me acosté con usted”, refiriéndose a que no había podido soltar una novela suya en toda la noche. Este hombre simpático, elegante y sibarita, pierde la Bucovina pero se desplaza a Berlín, que es el centro cultural de Europa. En un principio, el peligro y la incertidumbre no parecen afectarlo, pero poco a poco el horror de la guerra lo cambia para siempre. Esto debe ser destacado, pues en ocasiones se considera que fue pasivo ante el nazismo y que tuvo acomodaticias simpatías con ese régimen.

La vulgaridad y la barbarie nazi son condenadas sin disimulo por Rezzori. Además, la guerra lo sume en un silencio literario que dura prácticamente ocho años. Aprovecha el tiempo para leer y se deslumbra con El hombre sin atributos. La novela de Musil le parece una narración tan absoluta que durante un tiempo juzga imposible volver a escribir. Esta admiración fue duradera. En 1994, a los ochenta años, en una entrevista del Der Spiegel: “Leo diez páginas de El hombre sin atributos y no puedo escribir en dos meses.” Pero se repuso de esta admiración paralizante y al terminar la guerra modificó su estilo. 

En el ámbito del contenido de Memorias de un antisemita, Rezzori, con su ironía característica, recordaba que el antisemitismo no era un fenómeno exclusivo del nazismo, sino que había existido siempre un antisemitismo subliminal, de baja intensidad, que entonces parecía haber desaparecido después de la guerra en el discurso público (como si se tratase de un prejuicio que pudiera borrarse con la desaparición del nazismo o con la obtención de uno de los llamados los certificados de desnazificación. Se celebraba la bocanada de aire fresco de la novela entre los libros que se publicaban por esa fecha en la “patria de la seriedad brutal”. Rezzori, que incluye en el libro algunos de sus apuntes tomados durante los procesos de Núremberg, en los que actuó como reportero, se adelanta al concepto de Hannah Arendt de la “banalización del mal” en la medida en que critica la demonización de los capitostes nazis como la forma menos eficaz, a largo plazo, de ir al fondo de la cuestión de la barbarie nacionalsocialista. 

Los tres libros son, de un modo u otro, más o menos autobiográficos; más elaborado como ficción el primero y decididamente memorialístico el último; en medio, queda una historia de juventud que navega entre las dos posiciones anteriores. Y el autor deja claro, apoyado en tamaño bloque de páginas, que elige hablarnos del mundo austrohúngaro desde la perspectiva de un hombre nacido prácticamente con el siglo que mira hacia atrás para moverse hacia delante. Lo primero que conviene aclarar es que no hay un gramo de nostalgia y sí una exigencia a la memoria para que sea ésta la que narre y la que se atribuya la conciencia lúcida de la mirada al pasado desde el presente. Lo segundo es que con esa constante vivencia de «ex» a la que sarcásticamente se refiere en la presentación, se coloca en la mencionada posición de apátrida que le permite una versatilidad excelente para abordar con la distancia adecuada el mundo en que se mueven cada uno de los tres libros de La gran trilogía.

Memorias de un antisemita, quizá su obra más celebrada, es una historia de juventud que comienza con la descripción de la vida en el pueblo, la jubilosa naturaleza que él percibe y la soledad sentida como algo grato. De allí saldrá hacia su primer trabajo serio y hacia otra clase de soledad, más ingrata. Su relación con dos mujeres (una viuda judía y una muchacha sentada en una silla de ruedas, crudamente real la primera y ensoñada la segunda) le darán la vuelta como persona y, en su incomodidad, cala en su mente la idea de pangermanismo (a partir de la influencia de su tío Hubert y de la compleja lealtad a su padre, lealtad que cabalga sobre la línea Carlomagno-Sacro Imperio-Habsburgo). La idea hace cuerpo en él y lo impregna plenamente, pero no de manera agresiva o violenta, sino de forma paulatina, como una segunda naturaleza, de manera que nuestro antisemita lo es sobre todo por mor de las circunstancias y mientras su vida personal va oscureciéndose hasta convertirlo en el chevalier servant y osito de peluche de su vecina Minka. La clave del relato está en ese momento en que el pangermanismo del personaje se ve desbordado por la realidad: la anexión de Austria por los nazis, el Anschluss. Lo que descoloca al yo del personaje es la presencia de esa realidad atroz a la que no puede sustraerse porque la feliz y encantadora frivolidad de la vida de familia de aquellos niños del Armiño en Chernopol se convierte en la cruda verdad de una situación estremecedora y la novela en la representación de ese dejarse llevar, de ese desmoronamiento personal que explica, de forma admirable, cómo el veneno nazi se bebió por una sociedad entera incapaz de reaccionar ante el horror, personas sensatas, agradables, razonables incluso, que se dejaron llevar sin resistencia por el prejuicio antijudío sin calcular sus verdaderas consecuencias. La consecución literaria de esta evolución personal, reflejo de la evolución histórica y social, es lo que otorga a esta novela su calidad de obra maestra.

Memorias de un antisemita está dividida en cinco partes. Las cuatro primeras, centradas en la infancia y la juventud, nos relatan la reconstrucción de la vida de un hombre, de aristocrática familia, nacido durante la primera guerra europea que destruyó el imperio austrohúngaro, a través de cinco relaciones significativas con personas judías. esa juventud donde el amor equivocado y la descomposición inicialmente inadvertida del yo del personaje desembocan en el desconcierto y el vacío que crea en él la anexión de Austria. La quinta parte, titulada Pravda, tiene un cambio de narrador, un cambio de perspectiva porque toda la consideración moral que lo acompaña y que es su esencia proviene ahora de alguien que habla mucho tiempo después, ya en el comienzo de la senectud. Este cambio de posición cambia la perspectiva: «Y ahora, con la distancia de los sesenta y cinco años, aunque con la misma ingenuidad en la mirada azul celeste, que forma parte de su encanto incontenible, siente que empieza a disminuir su fuerza para reinventar la realidad, disminuye su capacidad de inventar un presente verosímil y un pasado de cuentos de hadas». 

El antisemitismo del protagonista, en el que es reconocible el propio autor, no tiene nada que ver con el de los nazis. Se trata más bien de una suerte de desconfianza y de inquietud respecto a la «diferencia» de los judíos, una condición histórica y social que crea una ambigüedad en los sentimientos: "Cuando decíamos que odiábamos a los judíos no estábamos actuando conforme a la más pura verdad. Más que nada se trataba de una costumbre, una de tantas expresiones irreflexivas… Esta clase de expresiones adquirían, a fuerza de repetirse durante décadas, cierto matiz de realidad." (Página 245) una mezcla de atracción y de repulsión, de odio y de amor, que distingue esas cinco relaciones del protagonista relatadas en la novela, cada una de las cuales representa una etapa fundamental de su existencia, desde la amistad infantil con un niño judío al matrimonio fracasado con una mujer salvada de las persecuciones raciales.

El libro nos descubre el germen, la semilla de ese "odio" o desconfianza hacia "los otros", los judíos, que rige la vida del protagonista y que quedará marcada de una u otra forma por las relaciones que va teniendo con personas judías; pero esos "los otros" son muchos más: "Mi padre no se relacionaba con los rumanos, que lo consideraban miembro de una minoría donde los judíos también estaban incluidos, ni con los polacos de la Bucovina, que odiaban a todos los austriacos, ni con los rutenos, que se consideraban eslavos y en consecuencia formaban parte, al lado de los rusos, de la mitad traidora del imperio, ni con los alemanes de la Bucovina…"  Pero a continuación a esta reflexión “seria” introduce el toque irónico y sarcástico "(…) ni con los alemanes de la Bucovina, que se habían quedado en esa tierra por intereses materiales y no por un motivo tan noble como el suyo, es decir, la cacería."

Su creencia de que los judíos habían usurpado el sueño europeo de Carlomagno con sus ideas hebreas de un Dios soberbio y vengativo marca un carácter tímido y casi depresivo en el niño que se cría en las llanuras de Rumanía. La sensación de la pérdida, de algo que ha sido arrebatado y que, en un momento dado, puede pasar a manos de una raza ajena a esa tierra, es tan fuerte que el propio autor se califica en el título como antisemita, sentimiento que está lejos de tener.

2 comentarios:

  1. Un libro entretenido, se lee relajadamente; sobre todo, si el lector tiene algún interés sobre hechos más o menos históricos.

    Gregor von Rezzori, en un artículo suyo, se define a sí mismo como un gran diletante (dice que escribe sin saber hacerlo, sólo para divertirse). Algún crítico dice que ”los alemanes no parecen haberle perdonado su honestidad intelectual, su carácter indómito, su carcajada ante todo amago de corrección política o pedantería, su profundo desprecio por esa masa, la fucking middle class, la de todos los países”. En mi opinión él debe divertirse pero también divierte a los lectores.

    Toda la novela parece como otro relato suyo, “El Monólogo del Desorientado”, desarrollada en los bajos de un teatro con sus disfraces de polichinelas y arlequines, como elefante en cacharrería. Toda la novela es una gran mentira. Toda su vida transcurre huyendo de una serie de situaciones tabúes y prejuicios, pero no puede evitar caer en todo aquello de lo que huye; gracias a eso, tiene una vida interesante, pero sin llegar a sentar la cabeza y sin conseguir aquello que sí dice buscar.

    Aunque parece que sus ideas las expresa objetivamente, no sé si escribe en serio o sólo es irónico e, incluso, cínico. En mi opinión, ni él es antisemita ni tiene nada contra las mujeres, como parece que intenta demostrar durante todo el libro. Incluso la expresión de “Las judías no son judíos”, que en boca de alguno de los personajes intenta explicar la relación con mujeres de dicha cultura, no es más que otra falacia de la obra, que lo que sí muestra en realidad es el miedo a lo desconocido. Parece como si expresara toda la idea del llamado antisemitismo paneuropeo para, con el desarrollo de la novela, desmontar esa falacia sin tomar partido.

    Me gusta cómo usa el artificio de Stiassny, el amigo protegido de sus tíos, ése que da una opinión hablando de “uno”, pero que muestra los pensamientos del personaje central sin que sea una escritura en primera persona.

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  2. Gracias Araceli por tu aportación.

    José María

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