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CARRUSEL 2023-24

viernes, 29 de enero de 2021

El Llano en llamas

 Sesión virtual del Club de Lectura abierta el 29 de enero de 2021,

por confinamiento debido al COVID-19


Obra: El Llano en llamas
Autor: Juan Rulfo
Presenta: Araceli Callejo


Biografía:

Juan Rulfo nació el 16 de mayo de 1917 en Jalisco. Registrado en Sayula, vivió parte de su infancia en la población de San Gabriel. El dato exacto sobre el lugar de nacimiento se diluye entre Sayula, Jalisco, y otros dos asentamientos: Apulco y San Gabriel, la hacienda de su madre y poblado donde el autor pasó parte importante de su niñez. Los tres son ejemplos de comunidades tradicionales, crecidas alrededor de la parroquia, hechas a ésta en sus ritmos y en sus costumbres. Los acontecimientos en su entorno familiar, la orfandad, la vida en las haciendas y en el campo, destruidos por la violencia desatada en el primer tercio del siglo XX por las dos guerras: la Revolución mexicana y la Contrarrevolución cristera. Todo ello atraviesa su obra.

Su infancia transitó por un campo de batalla entre las fuerzas irreconciliables que se disputaban el futuro del país. La violencia de los años veinte, que el autor vivió muy de cerca, produjo la mayor parte de los escenarios de sus narraciones. En ese momento Jalisco se debatía entre el radicalismo de la Iglesia y el radicalismo o bien liberal o bien jacobino de los sucesivos gobiernos estatales y federales. La gente del campo, como la familia de Rulfo, se encontraba en el último sitio, marginados por las pugnas por el poder entre antagonismos irreconciliables. La tragedia tocó de cerca al escritor cuando en 1923 su padre fue asesinado. En una región convulsa como aquella, la muerte del padre tenía como deriva la doble orfandad: la mujer sola, despojada, no quería –tal vez no podía–seguir viviendo. Su madre murió en 1927. Esta violencia fracturó la niñez y la educación de Rulfo. Las dificultades escolares del autor son, a la vez, síntesis de la difícil historia de su familia y la de su comarca. En el contexto de un conflicto entre la educación laica y la religiosa. Hasta 1926 se educó en un colegio religioso y cuando la Guerra Cristera provocó el cierre del colegio, Rulfo fue inscrito en el Colegio laico Luis Silva de Guadalajara por decisión de su tío. Rulfo permaneció en el internado del colegio hasta 1932, cuando ya tenía quince años. El 20 de noviembre de 1932, a instancias de su abuela materna, quedó inscrito en el Seminario Conciliar.

En medio de los sucesivos lutos, y de manera paralela a su educación formal, una experiencia decisiva en la formación de Rulfo fue el acceso a la biblioteca del cura Ireneo Monroy. Según el testimonio del autor, la biblioteca mostraba las trazas de las actividades de un precavido mediador entre las letras y la comunidad. Cuando el sacerdote se fue a la Cristiada, dejó sus libros en la casa donde vivía: “Tenía muchos libros porque él se decía censor eclesiástico y recogía de las casas los de la gente que los tenía para ver si podía leerlos. Tenía el índex y con ése los prohibía, pero lo que hacía en realidad era quedarse con ellos porque en su biblioteca había muchos más libros profanos que religiosos, los mismos que yo me senté a leer, las novelas de Alejandro Dumas, las de Víctor Hugo, Dick Turpin, Buffalo Bill, etc. Todo eso leí yo a los diez años, me pasaba todo el tiempo leyendo, no podías salir a la calle porque te podía tocar un balazo”.

Los años de formación de Rulfo corresponden al tiempo en que el discurso revolucionario se iba agotando, antes de volverse estéril. El México de los años treinta y cuarenta, con la consumación del espíritu revolucionario, a la vez capitalista y social, aún prodigaba un sentimiento de confianza suficiente como para que el joven de Jalisco se animara a hacer la crítica, con una cierta fe en que aún se podían corregir los errores.

Entre 1934 y 1939, pasó por Apulco, Guadalajara y Ciudad de México sin llegar a terminar una educación universitaria reglada. Comenzó a trabajar en la Secretaría de Gobernación como clasificador del Archivo. A partir de 1941, se estableció como agente de migración en Guadalajara.

También para entonces Juan Rulfo ya tomaba fotos, la fotografía fue un medio de conciliar mundos que tanto en la vida real como en la literatura parecían distantes. El cuento, la novela y la fotografía, tres prácticas en las que Rulfo especializaría su carrera dedicando muchas horas a escuchar historias y a plasmar imágenes. Esto se materializó en la década de los 50 cuando publicó sus obras más importantes.


Rulfo como escritor.

Novelista, cuentista, fotógrafo y editor, a Rulfo se le reconoce, sobre todo, por su volumen de cuentos El Llano en llamas (1953) y su primera novela Pedro Páramo (1955). A partir de la aparición de estos títulos mantuvo un contacto frecuente con el cine; su segunda novela, El Gallo de oro (1958), el cortometraje El despojo (1959) y su participación en la película La fórmula secreta (1964) son una muestra de ello. Durante las dos últimas décadas de su vida, se encargó de editar en el Instituto Nacional Indigenista una de las colecciones de antropología contemporánea más importantes de México. En todas estas variadas manifestaciones puede comprobarse que el pensamiento y las actividades de Rulfo se movieron entre dos poderosos polos: la ficción y la historia, la tradición literaria escrita y las riquísimas fuentes orales, la imagen verbal y la imagen fotográfica, la cultura cristiana y la sólida pervivencia de culturas indígenas en México y en América, la modernidad laica y la vitalidad de concepciones del mundo distintas, pero de ningún modo inferiores, la antropología y la realidad presente, la geografía rural y la vertiginosa mutación del paisaje urbano; pares de conceptos que para el autor fueron retos y estímulos, unas veces en franco contraste y otras en armonía. Juan Rulfo jamás narró lo que le proporcionaba la tragedia familiar y la experiencia autobiográfica, rara vez presta su voz narrativa a los licenciados, hacendados o administradores, como su abuelo o su padre. Por el contrario, tanto la narrativa como la fotografía de Rulfo buscan los espacios y las historias que dan cuenta de las secuelas de la violencia como la crisis de la cultura católica y los asentamientos de los pueblos indígenas en los que nunca se llegó a terminar la tan traída y llevada “reforma agraria”. El autor nació y se crio en una atmósfera de guerra, en la que se generaron gran cantidad de relatos orales; aprendió a contar escuchando y por eso dio voz en sus páginas a personajes locales y regionales

Entre 1952 y 1954, Rulfo gozó de uno de los poquísimos apoyos de los que dispuso a lo largo de su vida: fue becario del Centro Mexicano de Escritores concluyendo en el segundo año como becario Pedro Páramo. Su publicación en 1955 fue el acontecimiento más significativo en su carrera literaria. La novela fue reseñada inmediatamente después de su aparición. Por último, la entrega del primer Premio Xabier Villaurrutia fue no sólo un reconocimiento al joven escritor, sino un espaldarazo al propio premio, que desde entonces se convirtió en uno de los más prestigiosos de Iberoamérica.

Rulfo en el cine y como fotógrafo.

Entre 1944 y 1964, Juan Rulfo demostró un gran interés por la fotografía, los guiones, la fotografía de actores y actrices, e incluso la participación en la producción de algunas películas. Eran los años del gran desarrollo del cine como un arte. La obra fotográfica del Rulfo se puede dividir en tres grupos: de personas o grupos humanos, de paisaje del campo o urbanos y de arquitectura antigua o contemporánea, colonial e indígena. Junto al retrato de indígenas y mestizos del campo como portadores de una vigencia y vitalidad indudables, el tema de la historia como pasado presente es decisivo en su iconografía. 

Sus incursiones en el cine durante los años sesenta fueron como guionista. La primera fue el cortometraje El despojo, que se filmó entre 1959 y 1960, bajo la dirección de Antonio Reynoso. Años más tarde, en 1964, se filmó La fórmula secreta cuyo título original era Coca Cola en la sangre en la que se buscaba nuevos medios de expresión para impedir que se olvidara la persistente crisis del campo mexicano. La película obtuvo el primer lugar en el I Concurso de Cine Experimental. La participación de escritores como guionistas fue muy nutrida, indicio de que éstos veían en la industria cinematográfica una alternativa moderna y una vía para influir más allá de los circuitos reservados para los autores cultos. El propio Luis Buñuel expresó personalmente a Rulfo su deseo de adaptar Pedro Páramo al cine. La película apareció en 1966, con argumento y guion de Carlos Fuentes.

Rulfo como editor.

Hizo valer sus conocimientos de historia regional y su paso como clasificador y archivero en el Archivo General de la Nación para recomendar la edición de muchos libros, consiguiendo, además, que se publicaran y distribuyeran en Guadalajara una serie de documentos sobre la conquista de Nueva Galicia. Sin embargo, la tarea editorial más importante fue la que realizó en el Instituto Nacional Indigenista a partir de 1962. Durante su estancia en el INI se inició la vasta colección de títulos de arqueología, antropología social y cultural, a la que se dedicaría el último tercio de su vida, una suma de 70 volúmenes durante 23 años.

Después de El llano en llamas y Pedro Páramo, Rulfo publicó esporádicamente algunos otros textos. Se sabe que tenía planeado, cuando menos, otro volumen de cuentos y quizás otras dos novelas. En 1968, el escritor envió una solicitud de beca a la Guggenhein Foundation en la que incluía un plan de su obra futura. Para la solicitud de la beca dice lo siguiente: “Tengo en proyecto una novela en la que he venido trabajando durante algún tiempo; pero con grandes dificultades, ya que su desarrollo se localiza en la Región Occidental de México y el Sur de los Estados Unidos durante la expulsión de los jesuitas en 1767 (…) lo que esta obra requiere no es una definición, sino el conocimiento de una ruta que se inicia en las lejanas provincias de California y la costa del Pacífico; así también llegar a conocer qué lugares fueron centros de cordillera y cuáles fueron sus principios o sus términos. En resumen, lo que más requiere este trabajo es la ubicación del marco donde se desarrolla, pues el argumento es puramente imaginativo”.

En los fragmentos recopilados en Los cuadernos de Juan Rulfo se vislumbran proyectos iniciados y no acabados En su conferencia de 1965, Situación actual de la novela contemporánea, dictada en el Instituto de Ciencias de Chiapas, Rulfo expresó “…deben comprender que en primer lugar, no soy un crítico literario, y en segundo, que si un escritor, quienquiera que sea, hace crítica literaria, acaba por ser destruido por esa misma crítica”. Durante las últimas décadas de su vida, Rulfo impartió lecturas y conferencias en distintas partes de México y del mundo.

En 1968 recibió el Premio Nacional de Literatura. A partir de entonces y prácticamente hasta su muerte, no dejó de ser premiado con algunos de los más importantes premios que se otorgan a los escritores en México y en Iberoamérica. En 1979, recibió la Condecoración General Miranda del gobierno de Venezuela y el Premio Jalisco en el Teatro Degollado de Guadalajara. En abril del año siguiente fue objeto de un Homenaje Nacional. La importancia del escritor para la cultura mexicana en aquel momento se advierte en el hecho de que él fue el primer artista vivo que recibió la distinción. Tres años después recibió el Premio Príncipe de Asturias y dos años más tarde ingresó a la Academia Mexicana de Lengua. Este mismo año, la Universidad Nacional Autónoma de México le concedió el Doctorado honoris causa.

Los últimos textos que escribió durante la década de los ochenta fueron diversos prólogos, entre otros para la edición de 1985 de La Historia general de las cosas de la Nueva España, además de un artículo “México y los mexicanos”, en el que retomó el asunto aún vivo del “mestizaje”, concepto que a sus ojos fue una estrategia de los criollos para simplificar el complejo proceso que la pura dinámica, ya de por sí intensa, de la fusión de dos culturas. Hasta en sus últimos textos, Rulfo defendió la multiculturalidad de México como un ejemplo de la desafiante riqueza de la población americana.

Juan Rulfo murió de la Ciudad de México el 7 de enero de 1986 por un cáncer pulmonar. El cuerpo fue llevado al Palacio de Bellas Artes, donde recibió honores de las autoridades de la República y de la gente común.

A pesar de ser aparentemente muy breve, la obra de Rulfo sigue siendo seductora para lectores, críticos, escritores y académicos. Su narrativa permanece como un monumento del arte literario en un puñado de páginas. Sus textos se han convertido en un campo de batalla para todo tipo de interpretaciones. De ellos se han hecho las más diversas exégesis, que actualizan al texto mismo al tiempo que desvelan los propósitos de cada lectura. En ellos puede encontrarse una muestra representativa del estado de la crítica a propósito de su obra, la nómina de ensayos, interpretaciones, tesis, libros y artículos académicos a propósito de Juan Rulfo ha crecido enormemente, como lo han hecho las reediciones, reimpresiones y traducciones de sus obras. La obra de Rulfo es de lectura obligatoria en la mayoría de las universidades españolas en los estudios de filología.

Y su influencia no se queda en lo literario, si no que han aparecido y siguen apareciendo libros que estudian y reproducen su trabajo como fotógrafo. Entre ellos se encuentran Juan Rulfo. Letras e imágenes (2002), Tríptico para Juan Rulfo (2006), y 100 fotografías de Juan Rulfo (2010). 

El Llano en llamas

El Llano en llamas y otros cuentos salió publicado inicialmente en 1953 por el Fondo de Cultura Económica en la colección Letras Mexicanas. La primera edición reunía cuentos publicados durante la década anterior en diferentes revistas literarias, a los que el autor agregó unos cuantos más, todavía sin publicar o más recientemente escritos. Así, en 1945, “Nos han dado la tierra” y “Macario”, “Es que somos muy pobres” (1947), “La cuesta de las comadres” (1948), “Talpa” (1950), “El Llano en llamas” (1950) y “Diles que no me maten” (1951). Los no publicados eran “El hombre”, “En la madrugada”, “Luvina”, “La noche que lo dejaron solo”, “Acuérdate”, “No oyes ladrar los perros”, “Paso del Norte”, y “Anacleto Morones”.

Las ediciones que siguieron la de 1953 no presentan la misma composición ni el mismo número de cuentos ni el orden de los textos. Incluso reescritura hecha por Rulfo. Los cuentos “El día del derrumbe”, “La herencia de Matilde Arcángel” y “Un pedazo de noche” fueron añadidos en reediciones posteriores. Estas especificaciones editoriales ponen de relieve el cuidado que Rulfo prestó a su obra, a la vez que demuestran que nunca la dio por concluida. De hecho las dos ediciones que he manejado son la de Editorial Sudamericana de 2000 en formato digital y la de Editorial Anagrama de 1993. En ambas ediciones los cuentos presentan distinta ordenación. 

El contexto de la obra podría decirse que se enmarca en las profundas transformaciones de la sociedad mexicana a raíz de la Revolución de 1910. Y el “pesimismo” del autor al ver el balance negativo del proceso de institucionalización de la Revolución. En los años cuarenta y cincuenta el sentimiento acerca de la Revolución “interrumpida”, o “traicionada” está presente en la crítica de importantes sectores de la sociedad mexicana ante la gastada e inútil retórica oficial. A esta visión desencantada del proceso “modernizador” respondería la mayoría de los temas abordados por los cuentos de El Llano en llamas. Rulfo logra hacer ver cómo se veía la revolución, personajes como Pedro Zamora serían un reflejo de algún personaje histórico real de la revolución mexicana, el cual antes de ser visto como un bandido era tomado como un caudillo en búsqueda de la libertad. Todos los personajes de esta obra son personas campesinas, de la zona rural de México, son pobres, explotados por hacendados ricos, que luego se las tienen ver con los líderes de la revolución mexicana y los soldados del gobierno. En los cuentos aparece la venganza entre familias, la desesperación de un padre, la pobreza extrema que condiciona una vida porque se les ha muerto una vaca, la traición entre los revolucionarios, la superstición, la falacia de los políticos, la vida de los arrieros, la emigración, los revolucionarios cristeros, las relaciones incestuosas y la culpa. Todo ello en un paisaje como el de Comala, en el estado de Colima, y en Jalisco, lugar con un sol inclemente, de tierras pobres, arenosas, duras, agrietadas y secas, en donde la reforma agraria nunca fue concluida y acarreó más problemas que los que ya había, y en donde los campesinos apenas podían sobrevivir. 

Los cuentos están narrados en primera y tercera persona, así Juan Rulfo logra crear una ambientación en los pueblos de los relatos en donde cada personaje vive en la pobreza pero recuerdan el pasado hermoso, tienen un presente lleno de desgracias, pero sus recuerdos es lo único que tienen para vivir, tienen mucho de la narración realista mágica. Todas las historias son llamativas y se pueden llevar a cualquier parte de Latinoamérica. En El Llano en llamas, aparece la huella del habla popular, rural o regional tanto en el lenguaje de los narradores como en los personajes. Tampoco hay referencias espaciales y temporales precisas en la ambientación de las acciones de las tramas, y por tanto es difícil de trasladar los contenidos de lo narrado a una “realidad” acotada. Rulfo reelabora y transforma la tradición oral y popular al ponerlas en contacto con las nuevas narrativas latinoamericanas.

Rulfo pone en boca de sus personajes la narración, es la voz de “los de abajo” en un mundo ficticio, no recurre al narrador “omnisciente” que lo hace “desde arriba” y “desde fuera”. En “Nos han dado la tierra” en la última frase del relato: “Nosotros seguimos adelante, más adentro del pueblo. La tierra que nos han dado está allá arriba”. Esta referencia espacial, opone el “arriba” del Llano con el “abajo”, lo alto y lo bajo. Esta dicotomía está presente en todos los cuentos. En otros relatos como “el hombre” recurre la narrador testigo y al narrador en tercera persona al que sitúa a una gran distancia “en la otra orilla” del río: “Los pies del hombre se hundieron en la arena dejando una huella sin forma, como si fuera la pezuña de algún animal […] Pies planos – dijo el que lo seguía – Y un dedo menos. Le falta el dedo gordo en el pie izquierdo. No abundan fulanos con estas señas. Así que será fácil.” 

La crítica en estos últimos años ha puesto el acento en la “oralidad” en los cuentos de Rulfo y en lo que atañe al “sentido trágico” que subyace en su obra, pero al preguntarle acerca del carácter "negativo" de su narrativa Rulfo contesta: "No, en absoluto. Simplemente se niegan algunos valores que tradicionalmente se han considerado válidos, están satirizados y ponen en tela de juicio estas tradiciones nefastas, estas tendencias inhumanas que tienen como únicas consecuencias la crueldad y el sufrimiento”.

14 comentarios:

  1. Manolo Mellado Torres30 de enero de 2021, 19:37

    Como comentario general del libro, me quedo con el tercer párrafo de la exposición de Araceli: “Los cuentos están narrados en primera y tercera persona, así Juan Rulfo logra...
    ...Rulfo reelabora y transforma la tradición oral y popular al ponerlas en contacto con las nuevas narrativas latinoamericanas”.

    Cuando se termina de leer queda una impresión de haber gozado de la belleza de la narración, con la descripción de las escenas plasmadas a través del lenguaje del autor y de los personajes rurales sometidos a la violencia de resto de personajes y, sobre todo, de la violencia del terreno árido y el clima tan seco y caluroso.

    No es un libro del que se sienta la atracción de leerlo otra vez para sacar o entender mejor las ideas expresadas por el autor, porque las ideas están implementadas con un lenguaje sencillo. Por supuesto, hay que hacer abstracción de la dificultad de algunos términos del habla de la zona, pero se entiende completamente en una primera lectura y sólo queda disfrutar.

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  2. Una primera aportación, en espera de que haya otras.

    Araceli nos ha hecho una extensa introducción sobre Juan Rulfo. También hablamos mucho de él en el curso 2015-2016, con ocasión de la discusión de Pedro Páramo. No obstante, atender una vez más a lo que nos dice el propio autor, ayuda a entender mejor el contenido de su obra y las particularidades de sus personajes. Incluyo solo dos apuntes extraídos de una entrevista, publicada en Los Cuadernos del Norte, nº 21, sep-oct 1983 —el año que recibió el Príncipe de Asturias—.

    • «Desde niño vi la violencia, la sentí muy cerca, dentro de mi propia familia. Mi casa estaba siempre enlutada o enlutecida, como decimos por allí …»

    • «Si te pones a pensar en la gente, si conoces algo de su historia, te darás cuenta de que todos sus actos están justificados. Puedes repudiar y horrorizarte ante un crimen; sin embargo, cuando oyes al asesino ves que tuvo una razón. Tampoco la aceptas, pero comprendes qué lo movió a cometer ese acto tan negativo.»

    Desde nuestra perspectiva personal, probablemente no estemos de acuerdo con un relativismo tan extremo, pero sin duda aporta luz sobre cómo enfoca las terribles situaciones que impone a sus personajes.

    Carlos Fuentes, quien hasta su muerte no dejó de reflexionar sobre el asunto de la Revolución —como pudimos comprobar el pasado curso en la discusión de su novela póstuma 'Federico en su balcón'—, dijo que Juan Rulfo «había cerrado con llave de oro la veta narrativa de la Revolución mexicana».

    Ambos autores coinciden en el hecho del fracaso de la revolución. Fuentes lo hace de forma conceptual, Rulfo ignora la causa, ya que la pobreza y el desamparo son atávicos, y va directo al efecto material: la violencia cruel, absurda e inútil, en tan intensa proporción, que llega a anestesiar a las víctimas, como por ejemplo se aprecia en un pasaje de 'La herencia de Matilde Arcángel'.

    Continuará …

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  4. Significación del viaje en los cuentos de Rulfo

    Desde la Odisea, el viaje es un lugar común en la literatura, como proceso de descubrimiento, realización, maduración, etc. En muchos de los cuentos de Rulfo, sus personajes están en movimiento, obligados a desplazarse, mas no viajan. Están en búsqueda. Buscan o persiguen un lugar mejor que en el que están, que el que les ha sido dado: una tierra propicia en la que poder vivir y que tiene en estos casos las resonancias bíblicas de la búsqueda de la Tierra Prometida, aunque, en oposición a ello, ésta no será alcanzada. En otros se convierte en un tránsito de la vida hacia la Muerte o la Soledad, que en estos cuentos es una prefiguración de la Muerte misma.

    Así en “Nos han dado la tierra”, los personajes caminan de forma interminable por una tierra donde «… se le resbalan a uno los ojos al no encontrar cosa que los detenga» hacia una otra ansiada tierra que no les pertenece, en dramática oposición con la tierra concedida, una condena antes que una bendición.

    El protagonista-narrador de “Luvina” rememora la llegada con su familia a ese «purgatorio»; un ‘Locus Horridus’ que merece otra reseña en otro momento.

    La doble deambulación del hijo en “El paso del Norte”, se convierte en un eterno caminar primero hacia la Tierra Prometida (EEUU) imposible de alcanzar, y de nuevo hacia otra búsqueda, esta vez la del paraíso perdido: a la recuperación de Transito, su mujer que ha huido con un arriero.

    Son dos los que se desplazan en “El hombre”, ambos obligados. Uno huye en la búsqueda de un lugar en el que encontrarse a salvo de su perseguidor «… donde no me conocen, donde nunca he estado y nadie sabe de mi …»; el otro porque lo manda la Venganza.

    Hablando de resonancias bíblicas, en estos dos relatos a la culminación del viaje —y con ello la salvación— se opone el paso de un río, como en el relato bíblico «… no has de pasar este Jordán …».

    En “Talpa” o “No oyes ladrar los perros”, la búsqueda es de carácter espiritual. No se logrará por los primeros y su castigo será un eterno vagar «yo comienzo a sentir como si no hubiéramos llegado a ninguna parte; que estamos aquí de paso, para descansar, y que luego seguiremos caminando. No sé para dónde; pero tendremos que seguir, porque aquí estamos muy cerca del remordimiento …». En el segundo vemos invertida la imagen de "La Eneida", aquí es Anquises (el padre) el que lleva sobre sus hombros a Eneas (el hijo), en busca de su propia redención personal.

    En “La noche que lo dejaron solo”, el viaje es de mera supervivencia.

    Continuará ...

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    1. Gracias Andrés,
      Muy interesante la perspectiva del viaje en los cuentos de Rulfo. El viaje, el hombre en movimiento con o sin objetivos, está presente en toda la historia de la humanidad, tanto el viaje circular, el eterno retorno, como el viaje lineal, recto, cuyo fin es la muerte.

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    2. No hay de qué Araceli. Estos cuentos dan mucho de sí, es una pena pero no parece que la parroquia esté por la labor de compartir sus opiniones.

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  5. Luvina, locus horridus

    Se ha escrito repetidamente que Luvina es una prefiguración de Comala, «Pero si nosotros nos vamos, ¿quién se llevará a nuestros muertos? Ellos viven aquí y no podemos dejarlos solos.», puede ser, ambos son espacios simbólicos; en todo caso, Comala es un topos mucho más complejo y desarrollado que Luvina, al fin y al cabo este cuento tiene once páginas.

    En "El Llano en llamas" hay descritos territorios que son totalmente desoladores, como en “La cuesta de las comadres” o en “Nos han dado la tierra”, pero probablemente sea Luvina la narración más ejemplar de un auténtico ‘locus horridus’. Una desolación de la tierra que es también la desolación del hombre.

    «Porque en Luvina sólo viven los puros viejos y los que todavía no han nacido, como quien dice… Y mujeres sin fuerzas, casi trabadas de tan flacas. Los niños que han nacido allí se han ido… Apenas les clarea el alba y ya son hombres.»

    Con unas frases de aparente sencillez, Rulfo nos describe los caracteres de ese «purgatorio» que es Luvina:

    La RUINA nos es mostrada porque «… el aire se ha encargado de desmenuzarla». La INMOVILIDAD y la DESORIENTACIÓN pues «… allá el tiempo es muy largo…». La DESOLACIÓN «… solo se oía el viento … solos en aquella soledad de "Luvina" …». PERMANENTE OSCURIDAD «… todo envuelto en el calín caliginoso…». NATURALEZA HOSTIL «… clima inclemente … aire asfixiante … los días son tan fríos como las noches …». IRREALIDAD «… de aquellas barrancas suben los sueños …». Y, en definitiva, DESESPERACIÓN y CONDENA: «… lugar donde anida la tristeza … la imagen del desconsuelo ... lugar endemoniado … aquello es el purgatorio …»

    Por radical oposición, el narrador describe ese «purgatorio» precisando sus recuerdos y de cómo no «cuajó su experimento», desde un espacio cuasi acogedor: la tienda de la ribera, donde se oye el rumor del río, los niños juegan, hay cerveza y mezcal …; magro ‘locus amoenus’ en comparación con San Juan Luvina.

    Continuará …

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  6. “El hombre” es mi cuento preferido.

    Su forma narrativa —circularidad perseguido-perseguidor—me resulta hipnótica.

    Solo en su momento sabremos la razón de un múltiple asesinato —un error fatal, por otro lado— que es el origen de la huida del perseguido y de la cacería como ajusticiamiento —¿defensa de honor u honra?—, por parte del perseguidor.

    No sabemos si el perseguido conseguirá por fin huir, el relato mantiene la tensión hasta el final. Sin embargo, si estamos atentos al texto que nos ofrece Rulfo, nos damos cuenta de que el perseguidor conseguirá su propósito y el perseguido no logrará llegar a un lugar seguro «Tengo que estar al otro lado [del río], donde no me conocen, donde nunca he estado y nadie sabe de mí; luego caminaré derecho, hasta llegar. De allí nadie me sacará nunca.». Porque Rulfo proporciona indicios, por ejemplo el perseguidor avanza decidido hacia un final «No el mío, sino el de él» o «Voy a lo que voy»; mientras que al perseguido lo acompaña y desasosiega el remordimiento «No debí matarlos a todos. Al menos no a todos.».

    Hay además algunos signos que señalan a la Muerte como acompañante del perseguidor: La ausencia del Sol en todo el relato o el simbolismo de las flores marchitas en su mano.

    Los motivos de la marcha actúan sobre cada uno de distinta manera, el perseguidor se muestra tranquilo y seguro de sus pasos, «Te cansarás primero que yo. Llegaré adonde quieres llegar antes que tú estés allí. Me sé de memoria tus intenciones, quién eres y de dónde eres y adonde vas. Llegaré antes que tú llegues.», mientras que el perseguido se fatiga, siente que sus fuerzas se debilitan y se desorienta, «Caminaré más abajo. Aquí el río se hace un enredijo y puede devolverme a donde no quiero regresar.» —ya he mencionado en otro comentario anterior la referencia bíblica del río como la barrera insalvable que conlleva la condena—.

    Para Aristóteles, la tragedia debía tener un final necesario y sorprendente. A cuatro páginas del final, el narrador pasa a ser un «borreguero» por cuya boca conoceremos no solo el desenlace, sino también sus vísperas. Y el cuento termina con la nueva incertidumbre del futuro inmediato de este último narrador.

    Continuará …

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  7. La violencia redundante

    «Nuestra indiferencia ante la muerte es la otra cara de nuestra indiferencia ante la vida. Matamos porque la vida, la nuestra y la ajena, carece de valor. Y es natural que así ocurra: vida y muerte son inseparables y cada vez que la primera pierde significación, la segunda se vuelve intrascendente. La muerte mexicana es el espejo de la vida de los mexicanos. Ante ambas el mexicano se cierra, las ignora.» Octavio Paz en “El laberinto de la soledad”.

    La organización social, la política y la costumbre se presentan al hombre mexicano en “El Llano en llamas”, como mandatos de violencia o de inacción: si actúa se ve impelido a la venganza, el crimen ya impune o castigado a destiempo; si no lo hace, vivirá en el rencor, el dolor, o la falta —“debí hacer, o no debí hacer, … pero no hice, o hice lo que no debía”—.

    Solo hay una salida, la violencia, que satisface solo en el momento preciso de su ejecución, o la desesperanza como reconocimiento de la imposibilidad de cambio y como resultado final, la apatía o la desesperación.

    La violencia aparece como una proyección de la condena humana, la pérdida de la gracia de Dios «… maldito serás de la tierra, que abrirá su boca para recibir de mano tuya la sangre de tu hermano. Cuando la labres, no te dará sus frutos, y andarás por ella fugitivo y errante.» Génesis IV, 11-12.

    Así pues la violencia, adoptando muy diversas caras, está presente en prácticamente todos los cuentos.

    Aparece como una moral maniquea —salvación o defensa del honor/honra—, así en “El hombre” o en “Diles que no me maten”, fruto de la venganza como trasunto de cainismo.

    Tiene connotaciones políticas como “En la noche que lo dejaron solo”; sexuales como en “Acuérdate” o “Es que somos muy pobres”; sociales como en “No oyes ladrar los perros”; o morales como en “Anacleto Morones”.

    Adopta la forma de la orfandad, unas veces impuesta por el crimen como en “Diles que no me maten”: «Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos está muerta»; o por una paternidad negada como un acto de saturnismo como en “La herencia de Matilde Arcángel” o “Paso del Norte”.

    Las mujeres son objeto de una violencia particular, todas sin excepción son personajes vencidos por la necesidad. Lo vemos en las dos hermanas de “Es que somos muy pobres” y la proyección del mismo destino sobre Tacha, la tercera; Margarita la de “En la madrugada”, acusada de prostituta por su madre; Natalia en “Talpa”, que carga con el pecado con su cuñado y el subsiguiente remordimiento. Una de las muchachas robadas por el Pichón y madre de su hijo de “El Llano en llamas”; Tránsito en “Paso del Norte”. Y un número indefinido en “Anacleto Morones”.

    Finalmente, la violencia está también reflejada en esa economía narrativa, un lenguaje tan parco y severo, como el mundo que describe. Además, los personajes no están totalmente perfilados, lo que acentúa su marginalidad, aparecen difuminados como en un estado previo a la muerte. Son casi polvo como el que les cubre y en el que se mueven.

    Según recoge Araceli en su comentario, Rulfo negó el carácter pesimista de sus narraciones atribuyéndoles un propósito satírico y puesta en cuestión de «ciertas tradiciones nefastas» y es cierto que se da esa crítica en “Talpa” o “Anacleto Morones” referidas a la mezcla de cristianismo y otras supersticiones atávicas. Pero en general a mí me parece que Rulfo no se compadece de sus personajes en absoluto, los somete a una condena sin final y sin redención posible. Quizá eso no sea entendido por él como pesimismo, sobre todo a tenor de la frase de Octavio Paz transcrita al inicio de este comentario, pero extramuros de ese mundo mexicano es muy difícil no ser pesimista al contemplar tal mundo sin solución.

    Y ya. Hasta aquí llegan mis aportaciones a “El Llano en llamas”.

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    1. Gracis de nuevo Andrés,
      Tienes mucha razón cuando dices que "El Lano en llamas" da para mucho, y no solamente los relatos que estamos comentando si no que además incita a releer la obra de Rulfo.

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  8. Gracias a Araceli por la presentación tan completa de los relatos de Rulfo, y también a Manolo y a Andrés por sus aportaciones tan enriquecedoras sobre estos textos. Poco puedo añadir a lo dicho ya por aquí, pero sí quería recordar la sesión que tuvimos, hace ya cinco años, sobre "Pedro Páramo" y su autor. Tanto la novela, de 1955, como estos relatos que nos ocupan, que son algo anteriores, coinciden en muchos aspectos, tanto estilísticos: imágenes poéticas referidas a la naturaleza, léxico rural..., como temáticos: mundo de miseria y violencia en un ambiente rural, abusos de poder... pero sobre todo hay unos elementos nucleares que podemos ver en las dos obras: el SENTIDO TRÁGICO DE LA VIDA, la SOLEDAD, y la CERCANÍA VIDA/MUERTE, temas universales, por supuesto, pero que están especialmente presentes en la cultura mexicana, como el culto a la muerte, y que fueron analizados por Octavio Paz en su estupendo ensayo "El laberinto de la soledad" (1950-1959), donde reflexiona sobre la historia y la identidad mexicana.

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  9. Gracias Carmen,
    Muy interesante tu recomendación del ensayo de Octavio Paz

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  10. En estos momentos de pandemia en que podemos temer a la soledad y a la devastación del tiempo que cae cada día sobre nosotros,
    Releer a Juan Rulfo nos coloca en el lugar del hombre frente a la naturaleza y al mismo hombre como parte de esa naturaleza. Tengo poco nuevo que aportar, pues son tan enriquecedoras vuestras opiniones que manifiesto mi más sincera enhorabuena a todos y agradezco vuestra permanencia al pie de la tierra que nos protege y amenaza.
    Digo todo esto para que quede constancia de que sigo al pie de la letra al club y participo con la lectura cada mes, considerándolas todas de gran interés como lectora.
    Quise opinar en Ordesa y se borró todo sin ser publicado, probablemente caducó la fecha de hacer envíos.
    Nada tengo, pues que añadir a los exquisitos comentarios publicados con tanta precisión con respecto a Juan Rulfo.
    Pero aquí estoy.
    Gracias compañeros.

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  11. Soy Lola Acosta, aunque aparezco con el nombre del correo por el que estoy inscrita en el club.
    Espero que todos estéis bien.

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