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lunes, 17 de marzo de 2014

Haikú de Basho

Si querías saber algo acerca del mundo del haikú y no sabías cómo ni dónde, aquí reproducimos esta reseña publicada en




Si Marguerite Yourcenar identificaba en "Opus nigrum" la búsqueda de conocimiento con un tipo humano -el viajero que se mueve hacia dentro y hacia fuera, aquel homo viator-, la poesía japonesa ofrece con Matsúo Basho (1644-1694) un ejemplo paralelo y acaso más consciente de la necesidad de echarse al camino para convertirse plenamente en lo que uno es. "Sendas de Oku" (Atalanta, edición y traducción de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya) es el diario de viaje del poeta, en verso y en prosa, y en el que el arte del retiro del mundo se convierte en una lección de desprendimiento, pues quien no se desprende no puede recibir.
 
 

El libro cuenta los seis primeros meses de un periplo que duró dos años y medio, cuyo destino eran las regiones del norte de Japón, en el que Basho estuvo acompañado por otro poeta, Sora. El viaje, el penúltimo de Basho antes de emprender el que le llevó a Nara y Osaka, donde murió, pretendía ser una iniciación y una peregrinación espiritual, pero también un ejercicio poético: cada uno de los expedicionarios escribe un diario sembrado de versos y en muchos lugares componen junto a los autores locales esos poemas colectivos llamados haikai no renga.

El poema clásico japonés, denominado tanka o waka, está compuesto de cinco versos divididos en dos estrofas, la primera de tres y la segunda de dos, intercalando pentasílabos y heptasílabos en una distribución fija. Una sucesión de tankas, escrita generalmente por varios poetas, da origen al renga. A partir del siglo XVI, el renga adoptó un tono ocurrente, satírico y coloquial, frente a la gravedad del lirismo clásico. Y fue esta última modalidad la que se conoce con el nombre de haikai no renga. Finalmente, cuando esta estructura se disuelve en grupos de tres versos, la nueva unidad poética pasa a llamarse haikú, fusión de hakai y de hokku, nombre este último que se daba al primer poema de la secuencia del haikai.

Pero el haikú, más que una liberación particular del haikai, es sobre todo un rechazo de la estética ingeniosa dominante, plena de brillo y de vacuidad, y un regreso a las fuentes de la experiencia espiritual. El impulsor de esta nueva manera fue Basho ("No sigo el camino de los antiguos: busco lo que ellos buscaron"), que junto a Buson, Issa y Shiki, funda el Parnaso de este movimiento.

Pobreza, simplicidad, irregularidad, es decir, imitación de la Naturaleza en su modo más sencillo, son los principios que animan el haikú. No hay rima ni versificación acentual y únicamente queda la medida silábica como elemento de semejanza con la poesía occidental de su tiempo (excepto quizá la francesa). El efecto inspirado es un círculo de silencio y recogimiento en el que las palabras, escrutadas hasta sus pliegues más ocultos, son la superficie de ese pozo oscuro del que mana el mundo.

El haikú, a la antigua, busca el instante poético, la suprema iluminación (Satori) del momento fugaz a través de una anotación rápida, de una visión que es pura conjetura y que huye de la elaboración y del juego reflexivo o abstracto. Discípulo de un maestro zen, Basho desconfía de las vías disciplinarias de la iluminación y busca con sus peregrinajes la aparición de la plenitud súbita y transeúnte, el aquí y el ahora, el momento de revelación en que el tiempo del universo se detiene y desaparece con nuestro propio tiempo para siempre. Se trata de la eternidad.

 

 

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