Se reproduce esta reseña publicada en
Octavio Paz: el intelectual total y su puesta en claro
del idioma
Poeta, ensayista, traductor y pensador, es una de las
figuras clave de literatura en español
Su gran instrumento fue la lengua de todos los días. Una
y otra vez renovó su idioma en el acervo popular
- Octavio Paz, en diez fragmentos. Por J. A. ROJO
- La poesía: profesión de fe. Por C. JANÉS
- Un año de actos y celebraciones
- FOTOGALERÍA Los sueños de Octavio Paz
Octavio Paz en la Residencia de Estudiantes de Madrid, en
1989.
Borges generó la ilusión de que había leído todos los libros
y revisado todas las bibliotecas. Su erudición parecía tan absoluta que, en su
caso, el olvido era una forma de la cercanía y la espontaneidad. Importa poco
saber si sus alusiones se basaban en conocimientos reales. Su destreza
literaria nos hizo sentir que así era. Lo singular es que ese intrincado
universo dependía de certezas y pasiones cotidianas. En su último relato, La
memoria de Shakespeare, el protagonista hereda los recuerdos del tumultuoso
autor inglés y descubre, asombrosamente, que son tan comunes como los de todos
los hombres. Ya Beatriz Sarlo señaló con acierto que el Borges metafísico, tan
discutido, se sustenta en el Borges orillero, menos valorado.
Algo similar sucede con Octavio Paz. La riqueza de su
pensamiento suscita la impresión de que sólo se ocupó de temas complejos,
fundamentales, altamente sofisticados. El inventario de sus intereses incluye
las luchas sociales del siglo XX, los presocráticos, el arte tántrico, Sor
Juana y Siglo de Oro, Marcel Duchamp, el mito en Mesoamérica, el
estructuralismo, las vanguardias, el PRI, el erotismo, las drogas, el haikú y
el expresionismo abstracto. En libros como Blanco y Ladera Este
su poesía adquiere elevada temperatura intelectual: versos que son ideas. En
opinión de Alejandro Rossi, fue “un enamorado de la modernidad”. No rehusó la
experimentación ni el diálogo con otras disciplinas. Enciclopédico y
torrencial, parecía dedicado a la desmesura de construir la civilización de un
solo hombre.
Enciclopédico y torrencial, parecía
dedicado a la desmesura de construir la civilización de un solo hombre
Es fácil advertir la originalidad de Borges al abordar la
literatura fantástica como una rama de la filosofía. Más complicado resulta
advertir ahí el eco de sus caminatas de barrio. La imaginación es como la
memoria de Shakespeare: su lejano fulgor depende de una chispa que pasa
inadvertida por ser demasiado próxima y que surge de las asperezas diarias. La
galaxia de intereses pazianos deriva un mismo estímulo: el lenguaje que escuchó
con fervor crítico.
De niño oyó a su abuelo, el editor y político liberal Ireneo
Paz, y se acercó a los rumores de la plaza de Mixcoac, donde se mezclaban los
feligreses de la iglesia, los vendedores ambulantes y los pregoneros de la
Revolución. En la Guerra Civil española presenció una escaramuza y descubrió
una lección de otredad: incluso el enemigo tiene voz humana. No es casual que
se interesara en la antropología, de los Tristes trópicos de Claude Lévi-Strauss
a Las enseñanzas de don Juan, de Carlos Castaneda.
Cazador de palabras, admiró la libertad del surrealismo,
pero, como Buñuel en Los olvidados, quiso devolverlo a una realidad
intervenida por el inconsciente.
Su gran instrumento fue la lengua de todos los días. No es
casual que algunos de sus títulos provengan de refranes o frases hechas: Las
peras del olmo, Libertad bajo palabra, ¿Águila o sol?
(nuestra manera de decir “¿cara o cruz?”). Su mayor logro en esta línea fue
convertir un término de electricistas en una opción intelectual: Corriente
alterna.
En 1943 escribió elocuentes artículos sobre el habla popular
mexicana. Ahí se ocupó del vacilón, la muy mexicana manera de bromear:
“El vacilón es una especie de pinchazo que desinfla globos públicos y
privados. Es una advertencia contra la vanidad y la fanfarronería, contra las
posturas excesivas o patéticas”. Dedicó otro texto al ninguneo,
ejercicio vernáculo que convierte a los demás en sombras, y adelantó las
reflexiones que en El laberinto de la soledad dedicaría a la chingada:
“Los mexicanos, en lugar de convertir a su madre en ramera, la sustituyen por
otra: la nada”.
Una y otra vez renovó su idioma en
el acervo popular, celebrando las “fantasías y delirios verbales de los
mexicanos”
Una nota policiaca llamó su atención: el suicida Juan
Camacho había muerto exclamando “qué sabroso veneno”. Esto lo llevó a una
reflexión sobre los placeres de la muerte, del mismo modo en que la costumbre
de vestir pulgas lo llevó a considerar que sólo un país de inmensos volcanes
podía admirar tanto las miniaturas.
Una y otra vez renovó su idioma en el acervo popular,
celebrando las “fantasías y delirios verbales de los mexicanos”. No es casual
que escribiera el prólogo a Nueva picardía mexicana, de Armando Jiménez:
“Aquí sí hay lenguaje en movimiento, continua rotación de las palabras,
insólitos juegos entre el sentido y el sonido, idioma en perpetua
metamorfosis”.
Algunos de sus mejores textos representan un juego de
rotación entre lo culto y lo popular. En el poema Las palabras, escribe:
“Dales la vuelta,/ cógelas del rabo (chillen, putas),/ azótalas,/ dales azúcar
en la boca a las rejegas […]házlas, poeta/ haz que se traguen todas sus
palabras”.
La consigna encarna en otros textos: “Esta vez te vacío la
panza, te tuerzo, te retuerzo, te volteo y voltibocabajeo, te arranco el pito,
te hundo el esternón. Broncabroncabrón. Doña Campamocha se come en escamocho el
miembro mocho de don Campamocho”. Afrenta, risa, desmadre: poesía de Octavio
Paz.
Su vasta obra fue, entre otras cosas, una puesta en claro
del idioma. La hondura y variedad de sus ideas provocaron que en ocasiones
fuera percibido como un autor de gabinete, de exclusivo interés para un círculo
de selectos especialistas, un especulador ajeno al flujo de la vida. Nada más
falso. Sólo alguien abierto a los misterios de la sencillez podía escribir esta
estampa de Miguel Hernández: “Lo conocí cantando canciones populares españolas,
en 1937. Poseía voz de bajo, un poco cerril, un poco de animal inocente: sonaba
a campo, a eco grave repetido los valles, a piedra cayendo en un barranco”.
Paz supo oír la caída de las piedras, las voces sueltas, el
oleaje de lo diario. En su discurso de aceptación del Premio Nobel se refirió a
la vigencia del mundo indígena: “Nos habla en el lenguaje cifrado de los mitos,
las leyendas, las formas de convivencia, las artes populares, las costumbres.
Ser escritor mexicano significa oír lo que nos dice ese presente — esa
presencia. Oírla, hablarla, descifrarla: decirla”.
Su principal gesto poético fue el de atrapar el instante
como un destello cargado de otro tiempo. Vivimos con facilidad en el recuerdo
del pasado o la anticipación del porvenir. ¿Dónde está el presente? Octavio Paz
buscó ese esquivo momento. En su aniversario, el idioma cumple cien años de
presente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si publicas de forma anónima no podrás modificar tus comentarios en un momento posterior pero, por favor, indica tu nombre al inicio o final de tu texto para que quede relacionado contigo.
Si lo haces con una cuenta de Google (Gmail), elige esa opción y cuando des clic en publicar te pedirá la cuenta con la quieres aparecer y después el nombre con la forma que quieras, ésta será la que aparezca, no el nombre de la cuenta