El autor de ‘Poemas del manicomio de Mondragón’ y ‘Así se
fundó Carnaby Street’ muere a los 65 años tras una vida destilada en la
escritura y la desmesura
Javier Rodríguez Marcos
Madrid 7 MAR 2014 -
Leopoldo
María Panero, sentado en una terraza de la Plaza de las Palomas de León en mayo
de 2011. /
josé ramón vega gonzález
josé ramón vega gonzález
“No tenía a nadie”.
Así resumía hace unas horas el editor Antonio Huerga la soledad en la que ha
muerto Leopoldo María Panero a los 65 años. Lo decía para explicar la
incertidumbre sobre los restos del poeta: “¿Incinerarlo? ¿Enterrarlo? ¿Quién
decide? No tenía a nadie”. Tras la desaparición de su hermano Juan Luis en
septiembre pasado, la muerte de Leopoldo es el último capítulo de una convulsa
historia familiar llevada al cine por Jaime Chávarri y Ricardo Franco. Él decía
que prefería la película del segundo “por los colores”. Lo decía como lo decía
todo, con una salvaje ingenuidad llena de citas de poemas ajenos y propios,
teorías conspirativas, críticas a España, a la OTAN, a sus editores o a sus
compañeros en el psiquiátrico de Las Palmas, donde se había recluido
voluntariamente hace más de una década. Los elogios quedaban reservados para
sus colegas de generación: Gimferrer, Colinas o Ana María Moix, fallecida la
semana pasada.
“Vivo dentro de la fantasía paranoica del fin del mundo y no
solo no quiero salir de ella sino que pretendo que los demás entren en ella.
Todas mis palabras son la misma que se inclina hacia muchos lados, la palabra
FIN, la palabra que es el silencio, dicha de muchos modos”. Así abría Panero su
poética para Nueve novísimos, la antología de Josep Maria Castellet que le
señaló en 1970 como una de las grandes promesas de la literatura por venir. Era
el más joven de la selección y dos años antes se había estrenado con Por el
camino de Swan, publicado en Málaga en 1968.
Repasar su vida durante ese año inaugural permitiría hacerse
una idea de quién era Leopoldo María Panero, un poeta crucificado entre su
propia desmesura y los tópicos de loco oficial de la poesía española. 1968 fue
el año de su primer libro, de su primer intento de suicidio, de su ingreso en
el Instituto Frenopático de Barcelona y de su paso por la cárcel de Carabanchel
después de que lo detuvieran en Madrid junto a Eduardo Haro Ibars por consumo
de marihuana y le aplicaran la Ley de Vagos y Maleantes. También fue el año en
que escribió Así se fundó Carnaby Street. Publicado en 1970, ese libro contiene
ya hecha (y deshecha) la voz de un autor que escribía todo lo que se le ocurría
y publicaba todo lo que escribía. Cuando en 2001 Visor reunió su poesía
completa hasta ese momento -588 páginas, una veintena de títulos- Panero tenía
ya tres libros más en marcha en tres editoriales distintas. Uno de ellos Prueba
de vida, una “autobiografía de la muerte” cuyo maltrecho mecanoscrito original
paseaba por Las Palmas dentro de una bolsa de tela entre cintas de Los Chichos
y antologías de Emily Dickinson.
A su muerte, Leopoldo María Panero ha dejado, al menos, un
poemario inédito titulado Rosa enferma. Huerga y Fierro, su editorial de los
últimos años, lo publicará el próximo otoño. Entre tanto, el sello madrileño ha
emprendido la publicación de su obra título a título. De esa serie forman parte
poemarios como Teoría, Narciso en el acorde último de las flautas, Last River
Together, El último hombre, Poemas del manicomio de Mondragón, Contra España y
otros poemas no de amor o Locos. Irracionalismo, expresionismo, culturalismo y
hermetismo atraviesan una obra irreductible a una fórmula salida del cerebro de
un hombre irreductible, más fácil de tratar para los rockeros que para los
catedráticos.
El desencanto, sus intervenciones en público y sus
apariciones en la radio (La ventana) o la televisión (Crónicas marcianas)
quedarán para la leyenda del penúltimo poeta oficialmente maldito. En la
memoria de sus lectores -y son muchos- quedarán los versos de “Deseo de ser
piel roja”, “El loco mirando desde la puerta del jardín” o “Ma mère”, dedicado
“A mi desoladora madre, con esa extraña mezcla de compasión y náusea que puede
solo experimentar quien conoce la causa, banal y sórdida, quizá, de tanto,
tanto desastre”. Era en 1979. Ocho años más tarde subtituló como
“reivindicación de una hermosura” otro poema, “A mi madre”, que termina: “y
dicen que llueve por nosotros y que la nieve es nuestra / y ahora que el poema
expira / te digo como un niño, ven / he construido una diadema / (sal al jardín
y verás cómo la noche nos envuelve)”.
Foto sciammarella
Poema inédito
En cuanto a la
tristeza como modo
de venerar la libertad
no libre del delirio
tristeza como modo
de venerar la libertad
no libre del delirio
Diré lo mismo de otra
forma porque la
repetición es un
señuelo casi
inteligente
forma porque la
repetición es un
señuelo casi
inteligente
Ciertamente la mano
polvorienta de un
enano
Enseña a los
hombres un pez
Significando la poesía
polvorienta de un
enano
Enseña a los
hombres un pez
Significando la poesía
Que se opone bastardamente a la verdad
Que rumia aforismos en pie sobre las tumbas
Sobre las que llora el ruiseñor
Como una bruja significando el silencioCon un vaso de placenta enemiga de la verdad
La poesía como un hombre enemigo del hombre
Azuzando a sus perros
Para que persigan la eternidad que venden los relojeros.
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